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¿Será cierto que detrás de un gran hombre hay una gran mujer?

En la mayoría de los casos, la esposa de un Presidente o Jefe de Estado siempre aspira –con el poder en la mano– a imprimir un sello propio durante el ejercicio político del marido y, con él o a pesar de él, pasar a la posteridad.

Hace 50 años la esposa de un Presidente de México se negó a que le llamaran “primera dama” y, mejor, la trataran de “compañera”, un concepto no exento de críticas pues el país tomaba muy en serio la formalidad cuando se refería al “Señor Presidente” y a su esposa como “Primera Dama”.

Jalisciense de nacimiento, fue la tercera de 12 hijos. Heredera del gusto por el trabajo y el compromiso con los desposeídos; principios inculcados por su padre, un político influyente, gobernador del Estado de Jalisco y muy relacionado con artistas, militares, periodistas y amante de las artes, especialmente de la pintura, Don José Guadalupe Zuno. Ella: María Esther Zuno Arce, un orgullo de mexicanidad.

Doña Esther casó con Luis Echeverria Alvarez a la edad de 21 años y procrearon ocho hijos: Luis Vicente, María del Carmen, Álvaro, Rodolfo, María Esther, Pablo, Benito y Adolfo.

Ha sido la única esposa de Presidente de la República que ha portado orgullosa una credencial de la Confederación Nacional Campesina. Recorrió, durante seis años, casi todo el territorio nacional, irrumpiendo en las comunidades más apartadas para conocer de primera mano las condiciones de carencia en las que vivían las familias del campo y de los suburbios.

A ella se deben innumerables programas sociales, de los cuales uno que otro subsiste hoy en día.

La “compañera” creó el programa de escuela para padres… el de parteras empíricas, a través del cual más de 15 mil mujeres que atendían partos en los pueblos donde se carecía de médico recibieron capacitación en los centros de salud del Seguro Social coadyuvando así a la disminución de la morbilidad infantil y materna; el programa de huertos familiares… el de promoción de la hidroponía para auto consumo y con ello abatir la desnutrición… el de empresas familiares que consistía en capacitar a mujeres y dotarlas de máquinas de coser para que, organizadas en grupos, maquilaran prendas de vestir y, con el producto de la venta, cooperaran con el ingreso familiar , lo que evitaba tener que emigrar a las ciudades a buscar trabajo o pedir limosna.

Del Instituto Nacional de Protección a la Infancia (INPI), hoy DIF, hizo una institución que atendía gratuita e integralmente a los menores sin recursos económicos que padecían enfermedades diversas, hasta que eran dados de alta.

El INPI no sólo distribuía desayunos escolares sino que aumentó el número de ellos y dichos alimentos iban enriquecidos con vitaminas y proteínas.

Doña Esther fue una gran promotora de nuestra cultura nacional, tanto en la danza, canto, música, charrería, pintura, literatura y tradiciones de trajes típicos así como de nuestra cultura culinaria.

Organizó, con las esposas de actores políticos, empresarios, artistas, estudiantes, maestros investigadores, todo un ejército de voluntarios que, organizados y supervisados por ella, llevaban el acompañamiento de los distintos programas sociales.

La esposa del Presidente visitaba el Valle del Mezquital, en el Estado de Hidalgo; a los tarahumaras, en Chihuahua; a los tepehuanos, huicholes y coras en Durango. Tuve el privilegio de acompañarla muchas veces a la Chontalpa, a los Altos de Chiapas, a Guanajuato cuando sufrió una gran inundación, y a otros Estados.

Entregaba en las comunidades molinos de nixtamal, coladeras para que los niños comieran frijoles sin hollejo, les dotaba de pocillos para hervir el agua; cereales, cobijas y zapatos, rebozos y jabones, entre otros enseres.

Con la mexicanidad tatuada en la piel, doña Esther encabezó una caravana cultural, en enero de 1975, saliendo del Puerto de Veracruz rumbo a Cuba, luego a Jamaica, después a Venezuela, Costa Rica para concluir en Acapulco ..

A bordo de dos transbordadores –modestos– se hizo la travesía que duró cinco semanas.

En el transbordador Puerto Vallarta viajaba Doña Esther, Rosa Luz Alegría, su nuera, el embajador Gonzalo Martínez Corbalá, seis reporteras, la Escaramuza Charra y el Ballet Folclórico de la Universidad de Guadalajara.

En el otro, de nombre Coromuel, viajaban un grupo de la Asociación Nacional de Charros y sus caballos, la Orquesta Sinfónica, los Voladores de Papantla, un Mariachi y media docena de reporteros que, bautizaron a su barquito “la Isla de los hombres solos”.

Los jefes de Estado que visitamos la recibieron con gran cariño respeto y admiración. Fidel Castro, Michael Manley, Carlos Andrés Pérez y Daniel Oduber.

Era una mujer que vestía siempre con gran sencillez y discreción, sin joyas ni pieles y mostraba a los visitantes extranjeros el patrimonio cultural de nuestro pueblo, la vestimenta rica, bella y elegante de nuestras orgullosas oaxaqueñas, veracruzanas, yucatecas, chinas poblanas, charras, etc.

Nos dejó en 1999.

Cincuenta años después, otra mujer, la esposa del Presidente Andrés Manuel López Obrador, se niega a que la llamen Primera Dama. La diferencia es que ella gusta más de reuniones con la Academia o en el Recinto del Archivo General de la Nación, que de ensuciarse los zapatos de tierra y meterse a las milpas con las campesinas a buscar alimento para sus hijos. Esos hijos que crecen sin su padre porque él se fue al norte –sin papeles– para cruzar a Estados Unidos a buscar trabajo.

Doña Beatriz, ¿por qué no echa una mirada atrás al trabajo de aquella mujer que hace medio siglo, exigió primero que no le llamaran “primera dama”?

No le estorbaría a su esposo en las giras y les beneficiaría darse un baño de pueblo de vez en cuando y empolvarse los zapatos importados.

¡Digamos la Verdad!