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No nos van a callar, por Max Kaiser
Protesta en el Zócalo capitalino. Foto de EFE

Texto por Max Kaiser

Texto publicado anteriormente en Max Kaiser

Que todos piensen igual, que todos digan lo mismo, que todos hablen bien de mí, y que nadie nos critique. Ese es el sueño de los autoritarios. Sueñan con una sociedad de aduladores que solo ve virtudes y buenas intenciones en su líder. Imaginan un pueblo de porristas permanentes que solo ve buenos propósitos en todas sus acciones. “¿Qué importan los resultados de gobierno y la realidad, si nadie ama al pueblo más que yo?” Se deben preguntar los populistas autoritarios todos los días.

Este tipo de políticos suelen ser personas profundamente inseguras que no toleran la crítica. Se creen elegidos por el destino para dirigir y transformar una nación, pero se saben incapaces de lograrlo en los hechos. Conocen sus limitaciones, y por eso aborrecen a la técnica, a los expertos, y, sobre todo, a la realidad. Tienen que construir una realidad alterna para sostener la fantasía. Esa realidad alterna solo puede sostenerse con la fe de la feligresía. Solo la fe ciega puede sostener una fantasía de buen gobierno en un país sumido en la violencia, abrumado por una pandemia, angustiado por la posibilidad de una verdadera depresión económica y gobernado por un aparato que tolera la corrupción de los propios.

Por eso, el peor enemigo de esa fe es el conocimiento. Nada peor para la fantasía de un régimen autoritario populista que los hechos. El peor enemigo de una fantasía es la realidad. Y por eso, para un populista autoritario, cualquiera que se dedique a estudiar la realidad, descifrarla, describirla, analizarla y publicarla es el enemigo. Para ellos la prensa, la sociedad civil organizada y las voces críticas son enemigos del proyecto político, y no sólo actores normales de cualquier sistema democrático.

Así se expone solito un régimen con los apellidos “Populista” y “Autoritario”: cuando habla de enemigos, y no de contrincantes. Del primer apellido ya hablamos aquí hace algunas semanas.

El segundo apellido es gravísimo, y la combinación de ambos es aún peor. El segundo apellido se gana cuando el titular de un gobierno no solo considera (en su mente) enemigos a quienes lo exponen y lo critican, sino que además utiliza el poder del Estado para callar las voces que lo incomodan.

Así, un populista que odia a la crítica se gana el apellido de autoritario cuando utiliza, de manera ilegal, el poder para tratar de someter a las voces discordantes a su discurso fantasioso.

Desde el inicio de este gobierno hemos escuchado al presidente atacar públicamente a reporteros, comunicadores, medios escritos y electrónicos, y a organizaciones de la sociedad civil organizada, por hacer su trabajo que es exponer la realidad. Se ha referido a ellos como enemigos, la mafia, miembros de grupos de intereses oscuros y diversas variaciones de estos conceptos, que deberían estar reservados para los verdaderos enemigos del país.

Pero la alarma escala a niveles aún más alarmantes, cuando además de los dichos se utiliza a las instituciones del gobierno como garrote para intentar someter a esas personas y organizaciones legítimas que solo hacen su trabajo.

Solo en estas últimas semanas hemos visto el ataque brutal al comunicador Carlos Loret que ha expuesto con pruebas contundentes diversos escándalos de corrupción de este gobierno, a la revista Nexos que documentó el escandaloso esquema de mentiras sobre las muertes de la pandemia y el ataque frontal a organizaciones de la sociedad civil que han expuesto los absurdos y peligros del Tren Maya.

Es momento de poner atención y sonar las alarmas. En su Libro “On Tyranny. Twenty Lessons from the Twentieth Century”, Timothy Snyder nos alerta de los peligros de las tiranías y nos recomienda 20 cosas concretas para evitar caer en manos de una tiranía. En la lección número 10 nos dice: “Cree en la verdad. Abandonar los hechos es abandonar la libertad. Si nada es cierto, nadie puede criticar al poder, porque no hay base alguna para hacerlo. Si nada es cierto, entonces todo es un espectáculo. La cartera mas grande paga por la luz más cegadora”.

Así, es nuestra responsabilidad como sociedad y como individuos defender la verdad, y defender vehementemente a todas aquellas personas y organizaciones que tengan como misión estudiarla, analizarla y exponerla. Si fallamos en esa responsabilidad ciudadana, nos quedamos sin la democracia que tanto trabajo nos costó construir.