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Los empresarios tardaron en encarar la amenaza populista: Liébano Sáenz

Liébano Sáenz, presidente del Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE), planteó en su columna para Milenio la compleja relación entre los políticos y los empresarios.

El su columna ‘Andrés Manuel y los empresarios’, enumera una serie de cuestionamiento acerca del por qué los empresarios reaccionaron ante las declaraciones de Andrés Manuel López Obrador.

Aquí el texto completo.

La relación de los políticos con los empresarios, de siempre, ha sido compleja. Difícil en el pasado lejano, ambivalente en el reciente. El estatismo que predominó hasta inicios de los 80 dio curso por vía de la necesidad a una postura más empática y de comprensión de la política a la economía. El presidencialismo exacerbado, que ahora amenaza con regresar por la puerta grande del voto democrático, dio lugar a crisis económicas y financieras recurrentes. Los empresarios ganaron la batalla y aparentemente la guerra; la apertura económica, la economía de mercado, la certeza en los derechos y libertades económicas va a la par del desarrollo político del país y a la vigencia de la democracia liberal.

Quizás porque llegó una nueva generación con las desincorporaciones, por la incursión del gran inversionista extranjero o por la combinación de ambos factores, el sentido de cuerpo de los empresarios, que en otro tiempo les permitió enfrentar la embestida estatista hasta doblegarla, se vio minado. Transición democrática y apertura económica en México fueron procesos paralelos, con tiempos y ritmos diferentes, pero con un mismo sentido: acotar el poder presidencial, por la vía de la desconcentración del poder y los equilibrios que el mismo proceso democrático fue generando.

Pero si bien la apertura económica ha sido impulso para mejorar la calidad de vida de la población y para crear las posibilidades de desarrollo que tiene el país, la política no cumplió con su función de legitimar el nuevo orden de cosas, al contrario, los nuevos problemas como la inseguridad pusieron en entredicho a la autoridad; los viejos retos, como la desigualdad y la corrupción, persistieron o se agravaron, cuestionando la tesis de que la democracia traería mejores gobiernos. Pero siendo realistas, si la democracia no pudo empoderar al ciudadano durante todos estos años, la economía hizo también muy poco para distribuir mejor la riqueza y crear consumidores empoderados.

El arribo del populismo como opción dominante en lo electoral no se debe a un tema coyuntural —candidatos, gobiernos, campañas, estrategia—, sino que su origen es de corte estructural. No hay miedo al cambio porque no se justiprecia suficiente lo que existe, a pesar de que el anhelo y esfuerzo de generaciones fue llegar a la democracia liberal y a la economía de mercado. Al candidato López Obrador, insultar y calumniar a los grandes empresarios no le resta apoyo precisamente porque en gran parte de la ciudadanía, especialmente en las clases medias urbanas educadas, existe la falaz idea de que el origen de la riqueza y el éxito económico no es resultado del trabajo, el esfuerzo y el mérito, como lo es, sino de la corrupción. Así llegó el populismo a otras latitudes: a partir de la construcción y difusión de la idea de un sistema injusto, autoritario, excluyente y corrupto que hace triunfar solo a una minoría rapaz.

El populismo es un movimiento político que puede ser de izquierda o de derecha y que descansa en el caudillo, planteando el rechazo al bloque de poder existente, e invocando entidades abstractas como la nación o el pueblo. Como movimiento social, que es, tiene reserva o rechaza a las instituciones, su objetivo no es ganar la elección, sino cambiar al régimen, su motivación es antidemocrática en el sentido de que no acepta a quien piense diferente o se le oponga. Contra la nación o el pueblo, nada ni nadie. Desde luego, el caudillo es quien representa a dichas entidades, nadie más.

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Foto de LópezObrador.org

Los empresarios tardaron en entender y encarar la amenaza populista. El tema no es la agresión personal de la que han sido objeto, sino el contenido de la política pública que se anticipa. Fue una costosa omisión no ocuparse de legitimar el orden de cosas y, todavía más, creer que el populismo es un simple ardid electoral para ganar votos. López Obrador lo ha dicho con todas sus letras, aunque matiza según el auditorio: a lo que convoca no es a una reforma, sino a un cambio de régimen, paradójicamente, a un presidencialismo sin límites, con poderes metaconstitucionales, lo que ya se conocía, pero con una expresión personalista.

Los empresarios, especialmente quienes han sido nombrados por el candidato, están en su derecho de expresar sus reservas: el desproporcionado y provocador señalamiento de corruptos y autores de la tragedia nacional sería suficiente para no simpatizar con él, o el que el caudillo haya postulado como candidato al Senado, en lugar preferente, a un enemigo de la industria minera y de sus trabajadores, aliado y emisario de los poderosos sindicatos estadunidenses y canadienses. El tema de fondo tiene que ver con la postura y visión del candidato López Obrador sobre la economía, sobre la responsabilidad del Estado y su desprecio sobre el sistema institucional, base para la certeza de derechos y certidumbre económicas.

En la perspectiva ciudadana es inevitable cuestionarse sobre cuántos impuestos ha pagado López Obrador o, desde el punto de vista empresarial, qué ha hecho para generar empleo productivo o ingresar divisas. Su aportación es, en todo caso, política, no económica, pero por lo mismo, hay un estándar aplicable a todo ciudadano que es el pago de impuestos, establecido en el artículo 31 de la Constitución. No es una referencia personal, sino una definición de las responsabilidades a los derechos que se ejercen. Estimo que el candidato no está en condiciones de dar lecciones, y menos de sentenciar o exculpar a los empresarios

A López Obrador no le corresponde prometer que no habría revancha en un eventual gobierno por él encabezado, y tampoco presumir la tolerancia que en su caso siempre ha sido posterior al insulto y la condena. Los empresarios, más que una falsa tolerancia, requieren de la política y del futuro gobierno, dos cosas básicas: respeto y certeza legal para sus inversiones. La realidad del país y el entorno internacional, obligan a la prudencia en todo sentido, particularmente por quienes más influencia o poder tienen. No la ha habido por López Obrador en materia de seguridad al prometer amnistía a criminales, tampoco en lo social al poner en riesgo con su programa las bases de la estabilidad de precios y las oportunidades de empleo, mucho menos en la propuesta económica de gasto público. ¿Por qué habrían, entonces, de quedarse callados los empresarios?