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La última comida de un policía
Foto de Ana Paula Cámara

Los forenses estamos acostumbrados a la muerte, a verla, a convivir diario, ella es parte de nuestro día a día, nuestro entorno, le perdimos el miedo y se ganó nuestro respeto.

Hemos aprendido que toda persona al perder la vida ha cumplido con su misión si acaso existe tal, que ya no puede ser juzgada o señalada por la simple razón de ya no tener voz para defenderse.

En lo personal, he encontrado la belleza en esos rostros relajados, sin alguna pose impuesta, con la calma de quien inició un viaje a la eternidad.

El Matra tiene diferentes tonos, uno que suena a chasquido para la comunicación interna, para cuando necesitas hablar con otro miembro del equipo; es un silbato parecido al de un árbitro cuando debes ir a cubrir una escena y cuando te envían las coordenadas suena tres veces; el sonido es tenue pero insistente cuando la batería está por terminarse.

Existe otro sonido, al que mas se le teme, uno fuerte insistente que suena a lamento, el botón que produce la emisión solamente se debe activar cuando un elemento está en una situación de peligro, es gritar que se necesitan refuerzos, que ha sido sobrepasado en número, un grito de auxilio.

En los últimos años, el crimen organizado y en ocasiones la ciudadanía ha sido nuestro principal agresor, hemos tenido muchísimas bajas de todos los rangos: agentes, peritos, ministerios públicos, analistas y hasta personal administrativo que en algún momento tuvo contacto con alguna carpeta específica, esa que se calentó y nadie quiso o pudo soltar.

En la ciudad de las bajas pasiones, donde la ciudadanía no deja de vernos como quienes recolectan, se llevan los casquillos percutidos y a los cadáveres; donde ceder el paso a las unidades de la escena del crimen y cualquier autoridad o equipo de rescate es algo no contemplado y por el contrario no se tiene la cultura de respetar, hace más complicado de lo habitual el cubrir una escena donde uno de los nuestros fue abatido.

Cayó uno de nosotros, alguien que cada mañana salía de su casa, quien se despedía de su familia sin ofrecer un regreso, quien se la jugaba veinticuatro horas al día y siete días a la semana, todo el año.

Estaba en total desventaja contra quien ataca por la espalda, se enfrentó a quien aprovecha su superioridad numérica contra una pequeña parte de un sistema que entorpece sus negocios ilegales.

El Matra sonó ese mediodía, no recuerdo si era un lunes o un viernes, aun no terminaba de rezarse el ‘Angelus’, cuando la aparente calma chicha se rompió, uno de los nuestros clamaba por ayuda, pedía que alguien se encontrara cerca ya acudiera en su auxilio, puedo asegurar que en esos momentos es cuando el miedo se convierte en tu aliado o tu peor enemigo.

Una placa y un arma no te hacen un super humano; por el contrario, debes aprovechar los momentos en que se presenta la oportunidad, tus necesidades básicas deben ser satisfechas en ese proceso natural incentivado por el instinto de preservación.

Dos agentes ministeriales adscritos a la unidad de delitos contra la libertad sexual habían llegado a un puesto callejero de comida local, pidieron la  comida que tuviera una preparación mas sencilla y, manteniendo la guardia, esperaron.

Una minivan se acercó al sitio sin apagar el motor; el conductor estaba atento al volante pues esa era su única función: llevar y sacar a los agresores lo más rápido posible de la zona.

La puerta corrediza se abrió, dos tiradores abrieron fuego contra ellos, 103 disparos, 103 casquillos percutidos, 25 proyectiles hicieron blanco, los agentes presionaron el botón, la vida no los espero, la minivan se alejó y se perdió en las calles.

Los testigos se esfumaron y aparecieron los mirones, esos que aplaudían que dos policías cayeran, pues en sus creencias colectivas, quien te pone límites debe ser derribado.

La escena de crimen tenía una apariencia dantesca, demasiada saña, querían dejar claro un mensaje, el crimen organizado sabe cada uno de nuestros pasos y quiere que sigamos sus reglas.

Nosotros debemos guardar las lágrimas para más tarde, tener la mente clara, ser objetivos, enfocarnos en toda la escena, observar lo que nadie alcanza a ver.

Todo el entrenamiento, la preparación, la experiencia  se debe concentrar en ese momento, en esa escena, seguir los protocolos sin saltarse un solo paso, demostrar que nuestra pericia es inamovible, mantener las emociones bajo control.

Aquí nadie puede darse el lujo de quebrarse.

Uno de los agentes caídos dejó una esposa, dos hijos aún menores de edad y a una madre; el otro estaba a días de convertirse en papá.

También nos quedamos nosotros, quienes cada día salimos a hacer patria por la utópica idea de un México menos jodido.