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La muerte baila en el panteón
Foto de Ana Paula Cámara

Era un miércoles por la tarde, se veían esos cielos blancos que caracterizan al invierno inclemente, la temperatura rondaba los cero grados centígrados sin factor viento.

Mi compañero y yo, estábamos revisando el equipo, para reponer los insumos que se habían agotado por la cantidad de escenas de crimen que habíamos procesado en el turno que estaba por terminar.

Instantes después sonó el ‘Matra’, la chica de la radiofrecuencia nos informa de una nueva escena de crimen, nos dio las coordenadas, el GPS marcaba un panteón, todo era confuso.

Llegamos al panteón mas antiguo de la ciudad, el área ya estaba resguardada por policía municipal y un binomio de agentes ministeriales de delitos contra la vida.

La escena de crimen estaba ubicada justamente al fondo del panteón, en una zona donde las tumbas ya ni cruces ostentan, donde los muertos fueron olvidados por sus vivos o, tal vez, ya los acompañan en la muerte.

La escena fue un tanto llena de incredulidad, un grupo de personas, según el relato del guardia de seguridad, llegó y exhumó un cadáver para robar algunos de sus huesos para realizar ahí mismo un ritual “satánico”, dibujaron unos pentagramas en el suelo con ceniza de madera, sacrificaron varias gallinas, invirtieron varias cruces de otras tumbas aledañas y encendieron una fogata.

Nosotros nos encontramos con los restos de una fogata que aun generaba humo, restos de algunas gallinas sacrificadas, cruces enterradas de manera invertida fuera de su lugar original, una osamenta incompleta y un hoyo profundo en la superficie cavado de manera rudimentaria.

Los agentes ministeriales abrieron un expediente contra quien resulte responsable, nosotros recogemos el equipo y nos retiramos; con la certeza de que aun no vemos todo instalada en la cara.

Ser forense incluye en ocasiones enfrentarse al pensamiento mágico colectivo para traducirlo a una conducta, a un idioma científico.