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La ciudad de las bajas pasiones
Foto de Ana Paula Cámara

La primer vez que me tocó cubrir un turno de mas de 40 horas fue un viernes, lo recuerdo bien, llegué como cada día a las 6:45 h, el día iniciaba tranquilo.

Hubo una junta que trató de lo insuficientes que estaban siendo las bolsas para cadáveres debido al aumento de homicidios dolosos que se presentaban, hicimos un pronóstico alentador, se pedirían solo 50 más.

En esos momentos consideramos que para los próximos dos meses serían suficientes. Hoy, al recordar, nos veo a todos los asistentes con la utopía en la mirada, no sabíamos, no teníamos idea.

Pertenecer a un laboratorio forense no implica solo “levantar casquillos y muertos”, es tratar de entender y explicar el ¿Qué?, ¿Cómo?, ¿Cuándo?, ¿Quién?, ¿Dónde?, ¿Por qué? ¿Con qué? de lo observado y vivido en una escena de crimen.

Es poner la ciencia al servicio de la población para explicar un hecho delictivo y  plasmarlo en los informes de una manera clara, sin tecnicismos incomprensibles, estableciendo un panorama lo mas clarificado posible.

Es darle voz a quien fue callado, mostrando que conozco el área y me he preparado para mi realizar mi trabajo de una manera profesional, con fines a que sea una parte fundamental al momento de impartir de justicia.

Un informe mal integrado, con fallas u omisiones, puede ser el causante de que un caso caiga y la consecuencia sea un delincuente en libertad o un inocente sea declarado culpable.

Mi turno terminaba a las tres de la tarde, planeaba ir al cine al salir, justo cuando sonó el Matra por primera vez en el día.

Eran las tres menos 10, la radiofrecuencia reportaba un ataque con arma de fuego en un bar local de la zona centro, no había un número exacto de víctimas o heridos, fueron siete asesinados en un espacio de 10 por 15 metros.

Fueron cuatro horas procesando esa escena, camino al laboratorio en medio del caos de una ciudad que veía su tranquilidad interrumpida, empezar la redacción de informes en borrador, confiar siempre en la mala letra y no en la buena memoria ha sido uno de los mejores consejos de mi padre, avanzar para que las carpetas se puedan integrar de inmediato y con ello la investigación por parte de los agentes ministeriales.

Cayó la noche, vimos el amanecer mientras estabamos procesando una escena en unas canchas de basquetbol en un barrio, ya se contaban 12 las víctimas, en el trayecto nos tuvimos que desviar, un “papelero” como se le denomina de manera coloquial a los vendedores de cocaína por dosis, acababa de ser acribillado en una esquina del mismo barrio donde el amanecer nos alcanzó.

En un parpadear era domingo a las 6:45 h, a lo lejos se escuchaban las campanadas de una iglesia local que llamaba a misa de siete.

Yo traía encima un turno infame de 48 horas sin dormir y la experiencia de haber procesado 11 eventos violentos con 21 víctimas mortales, en la ciudad de las bajas pasiones.