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Joaquín López-Dóriga, misión de vida
Foto de Noticieros Televisa

Por Alberto Vega Torres

Poner el periodismo en la vida es el primer compromiso que asume toda persona decidida a abrazar ésta que es, sin duda, una de las más fascinantes vocaciones. Poner la vida en el periodismo ya es otro cantar; uno cuyos tonos, ritmos y matices pocos, muy pocos, logran alcanzar.

Eran los agitados tiempos de 1968, en pleno apogeo de la carrera espacial, con los efectos de la Primavera de Praga encima y en medio de las protestas por la guerra en Vietnam, de la eclosión hippie y los despertares estudiantiles en México y en el mundo, cuando un joven reportero, de nombre Joaquín López-Dóriga Velandia, encontró en El Heraldo de México una puerta para hacer un compromiso perpetuo y una apuesta por alcanzar los tonos más altos de la misión periodística. En aquel entonces, pocos, quizá nadie, percibió los alcances de aquel pacto que él mismo calificaría décadas después como un absoluto ejercicio de romanticismo.

Sin embargo, pocos años bastarían para que se hiciera evidente. Las voluntades e iniciativas coronadas de talento de este hombre fueron notorias desde su paso por aquel diario, incluso antes de integrarse al equipo de otro grande, Jacobo Zabludovsky, con quien siguió aprendiendo —y aprehendiendo— la misión primera de su camino profesional. Así, vendrían coberturas y entrevistas que relataban la historia; aunque también, involuntaria pero efectivamente, la construían.

Como reportero y jefe de información de 24 Horas, colaborador de la revista Siempre, director de Noticieros y Eventos Especiales de Canal 13 —en donde lo conocí—, columnista de Novedades, director de Noticias de Imevisión y, hasta ahora, como director y conductor del programa López-Dóriga en Radio Fórmula, columnista de Milenio y director y conductor de El Noticiero con Joaquín López-Dóriga, el más influyente de la televisión mexicana, ha reunido suficientes méritos para convertirse en referente obligado cuando se trata de hacer nítida la realidad nacional y del mundo. A través de él, de su olfato periodístico único y su trabajo extraordinario, hemos tenido la oportunidad de conocer hechos insólitos y de inquirir y cuestionar a ingentes políticos, líderes revolucionarios, monarcas, pontífices y a los más elevados intelectuales y artistas de nuestro tiempo. Suficientes alcances y noticias exclusivas para entender por qué lo llaman el Teacher, aunque a él no le guste.

Este amorío con el periodismo se acerca a las bodas de oro. Ha cumplido ya 47 años y, por fortuna, anuncia aún larga vida. La ofrenda de cuerpo, de mente y de alma es digna de admiración y de aplauso. Lo es, además de su mérito inherente, porque ha sido consumada sin que la calidad humana resulte comprometida, sin olvidar gratitudes ni enseñanzas y siempre con apego a los valores y lealtad a los principios. Ello explica los múltiples reconocimientos de todas procedencias y, especialmente hoy, la honrosa distinción a la trayectoria anunciada el 28 de octubre pasado por el jurado de la 62ª edición de los Premios Ondas en Barcelona, España; laurel a lo mejor de la producción audiovisual de aquel país y del mundo. Merecido premio que habrá de recibir el próximo martes 24 de noviembre y que dedicará a su familia, que, como dice Joaquín, es la que tiene el mayor mérito.

Como suele ocurrir con el éxito, el tamaño de los logros también impone costos, algunos altos y otros dolorosos. Los peores son los que van empuñados de calumnia, de infundio y de patraña. De bajeza, por decirlo en una palabra. Pero como igualmente suele enseñarnos la vida, las aguas, lo mismo que las virtudes, terminan retomando su lugar y su nivel. Y así tendrá que llegar, cuanto más para un profesional que respira, que transpira y se abandona a su noble misión con pasión, en todo lugar y en todo momento, sin descanso ni anhelo alguno de tenerlo.

Mi admiración, amistad y lealtad de siempre y para siempre, como en los últimos 34 años, querido Joaquín.