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El trote del Caballito
Foto de panoramio.com

Hace unos días iniciaron oficialmente las obras de restauración de uno de los monumentos más antiguos de la Ciudad de México, la escultura ecuestre de Carlos IV, mejor conocida como “El Caballito”.

Este “Caballito” de 200 años ha cabalgado por diferentes zonas antes de llegar a su sitio actual, recordemos un poco de este camino.

¿Quién monta al Caballito?: El rey de España

Carlos IV fue rey de España entre diciembre de 1788 y marzo de 1808, por lo que al entonces virrey de la Nueva España, Miguel de la Grúa Talamanca, le pareció buena idea (porque, además, tenía problemas con el monarca) honrarlo con una estatua, la cual colocaría al centro de la Plaza Mayor, es decir, en donde hoy es el Zócalo de la Ciudad de México.

Así que para colocar el monumento al rey de España en el Zócalo, se mandó a construir un pedestal rodeado de una reja, y aunque la estatua todavía no estaba lista, se inauguró en 1796 con una provisional hecha de madera y yeso pintado de dorado. Obviamente, no duró mucho tiempo.

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Por cierto, en ese entonces se decía que la esposa de Carlos IV (que no era muy agraciado físicamente y además era algo inculto), María Luisa de Parma (una bella mujer), lo engañaba con uno de sus funcionarios más cercanos, Manuel Godoy. Hasta aquí la anécdota “rosa”.

Su creador

El encargado de crear la escultura de Carlos IV que se colocaría en esa base provisional era Manuel Tolsá, un arquitecto y escultor de origen español que era director de la Academia de San Carlos, la primera escuela de arte en la Nueva España.

Esta escultura ecuestre (es decir, de un hombre montado a caballo) de bronce, que pesa 8 toneladas y es una de las más grandes del mundo en su tipo, quedó lista en diciembre de 1803, siete años después de que se inaugurara la base en la que se colocaría. Para crearla, Tolsá tuvo que sortear algunas dificultades, como la falta de presupuesto o el robo del material proveniente de Europa por parte de piratas.

Para inaugurarla (ahora sí oficialmente), se organizó una gran fiesta en el Zócalo y, así, la estatua del rey de España adornó la plaza más importante del país durante algunos años.

La Independencia

Al finalizar la Guerra de Independencia, en 1821, Guadalupe Victoria (quien fue el primer presidente de México y cuyo nombre real era José Miguel Fernández y Félix), no quería tener la estatua del rey de España en el Zócalo (por obvias razones) y, tras mantenerla cubierta durante un tiempo, ordenó fundirla para crear cañones y monedas.

Pero el político e intelectual Lucas Alamán intercedió, y convenció a Guadalupe Victoria de que conservara la estatua por su valor artístico (se dice que, años después, Alamán también ayudó a conservar intactos los restos de Hernán Cortés); por ello, en 1822 se trasladó al patio de la Real y Pontificia Universidad de México, en la calle de Moneda, donde permaneció un par de años cerrada al público por motivos de seguridad.

A Bucareli

Casi 30 años después, en 1852, durante unas obras de embellecimiento de la ciudad, se decidió colocar esta estatua al inicio del paseo de Bucareli, en la zona donde se planeaba construir el Paseo de la Emperatriz, que después fue Paseo de la Reforma.

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Permaneció en esa glorieta durante más de un siglo, y fue entonces cuando se empezó a popularizar el apodo de “El Caballito”.

De hecho, a esa glorieta, que está en el cruce de Juárez, Bucareli y Reforma, todavía se le conoce como “la Glorieta del Caballito”; asimismo, en los 90, se colocó en esa zona una escultura del artista Sebastián titulada “El Caballito”, justo frente a la entrada de la torre del mismo nombre.

La última mudanza

Durante la segunda mitad del siglo 20, el crecimiento de la ciudad obligó a crear avenidas y glorietas, y Paseo de la Reforma fue una de las calles más intervenidas, por lo que, en 1979, se decidió que esa parte ya no podía ser una glorieta, por lo que debían retirar al “Caballito” de ahí.

Así, la estatua se trasladó a su sitio actual, en la explanada nombrada “Manuel Tolsá”, en honor a su escultor, que está entre el Museo Nacional de Arte y el Palacio de Minería, a unos pasos del Palacio de Bellas Artes y de la antigua sede del Senado.

Ahí ha pasado años discretos, en donde lo más “emocionante” que le ha vivido es un fallido intento de restauración hace un par de años que estuvo a punto de dañar permanentemente este histórico monumento que ha cabalgado por diversas zonas del Centro Histórico de la Ciudad de México.

Por Carlos Tomasini (@carlostomasini)