Minuto a Minuto

Internacional Propone Sheinbaum en el G7 una cumbre mundial por el bienestar económico
La presidenta Sheinbaum se pronunció porque el G7 "no sea solo una reunión de potencias, sino un espacio de responsabilidad compartida"
Internacional Tribunal apelaciones evalúa la permanencia de la Guardia Nacional en Los Ángeles
La evaluación ocurre tras la orden de un juez federal para que Trump retire a 4 mil elementos de la Guardia Nacional de Los Ángeles
Nacional Sheinbaum habla en el G7 con el primer ministro de India sobre cooperación y Sur Global
Sheinbaum informó que, durante su encuentro con Narendra Modi, dialogaron sobre cooperación en comercio, farmacéutica e innovación digital
Nacional Sheinbaum conversa con Von der Leyen sobre tratado comercial y la invita a México
Claudia Sheinbaum se reunió con la presidenta de la Comisión Europea, para tratar la actualización del tratado comercial entre ambas partes
Entretenimiento Alejandro Sanz responde a acusaciones de abuso de poder
"Ivet, yo tenía un recuerdo muy bonito de nosotros dos, personas adultas compartiendo su cariño, siendo libres...", escribe Sanz
El léxico invertido de la democracia
Crédito de la imagen: Luis M. Morales

Por: Margarita Ríos Farjat, ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación 

Muchos mensajes de tres minutos que he visto en redes sociales de personas aspirantes a ocupar un espacio en el nuevo Poder Judicial, entrañan un contrasentido entre lo que proponen hacer y lo que aspiran a ser.

Por ejemplo, cuando hablan de poner escritorios en plazas públicas para gestionar soluciones a problemas de la gente, o que en su función recorrerán el país para estar cerca (de ciento treinta millones de personas); o de plano proponen apoyar al pueblo, una idea tan vaga que acaba sugiriendo que se decidirá en nombre del pueblo cualquier cosa, con independencia de lo que dispongan las leyes.

En tiempos en los que el vocabulario de la democracia (Constitución, República, elección, participación, voto) se utiliza en un sentido inverso a su esencia y para legitimar lo que es contrario a esta, tengo curiosidad del imaginario que concilia estos opuestos, que idealiza el nuevo sistema judicial y que minimiza la herida al Estado de Derecho.

* * *

La narrativa que justifica esta herida contiene verdades a medias, como que la gente no siente al Poder Judicial cercano, o que hay opacidad y malas prácticas. Creo que el pueblo acabará sintiendo cercanos a algunos jueces solo porque hacen campaña, pero esto no es cercanía ni sensibilidad. Además, me preocupa que esto encarezca la justicia, ya que, en un sistema que implica hacer campañas, entonces hay apoyos, y si hay apoyos, hay despachos, personas o empresas, lícitas o ilícitas, que querrán recuperar su inversión o su apuesta.

Necesitaremos más organizaciones civiles para dar fuerza a las personas o minorías en desventaja, como desde hace muchas décadas sucede en lugares como Texas, a manera de contrapeso de ese sistema de elección. Sin embargo, más allá de esto, las “verdades a medias” son puntos importantes que merecen ser puestos sobre la mesa. Veamos.

Cuando se dice que la gente no siente al Poder Judicial cercano se refiere a que no sabe qué hace, a que los juicios son tardados o que sus decisiones pueden ser insensibles. Sobre la tardanza conviene tener en mente que las leyes ordenan una serie de pasos procesales que ralentizan los juicios, y que además la sociedad litiga por cualquier cosa, lo que pone los juzgados a reventar: pocas manos para tantos asuntos.

Sobre la sensibilidad. Es natural que quien pierda diga que la sentencia es injusta e insensible, pero de todas maneras se entiende el punto: la clase judicial actual se formó en escritorios. Esto, sin embargo, podía ajustarse: uno de los tantos requisitos de estudios por parte de quienes se presentaban al examen para ser juzgadores bien podía ser trabajar un tiempo desde una estación migratoria, un centro de adicciones, o un centro penitenciario, por ejemplo. Ver con empatía la realidad de nuestros semejantes es la verdadera cercanía con la gente, no banalidades.

Sobre el desconocimiento de la función judicial, no es culpa de la judicatura. El deber de quien juzga es proveer justicia pronta y expedita, mientras que el de la academia es enseñar lo que se juzga y cómo se juzga (para que la sociedad pueda opinar y exista justicia abierta).

Sin embargo, el diseño sistémico de la reforma judicial no contiene absolutamente nada para facilitar la rápida gestión de los procesos, ni deberes para la mejor enseñanza del derecho ni el civismo desde la educación básica, ni tampoco formas de desarrollar sensibilidad social en los funcionarios. En cambio, se desmantelan ventajas como la capacitación técnica y estándares de ética. Creo que en el sistema anterior había rincones, quizá amplios y siempre oscuros, de lambisconería, negligencia, corrupción o gatopardismo, pero al menos se tenía un diseño para aluzarlos y contrarrestar sus efectos perversos. Y han sido mucho más los buenos funcionarios judiciales que los malos.

* * *

Siendo así, trato de encontrar la lógica en cómo el nuevo sistema judicial impulsará, por sí mismo, la independencia de criterio de sus integrantes y el bienestar del pueblo.

Ver por el pueblo es generar condiciones de desarrollo, no hacer fiesta alrededor de su ignorancia o su pobreza. Ver por el pueblo es guiarlo hacia donde las leyes cobren sentido y cumplan con su propósito de brindar acceso a educación, salud, empleo; no torcerlas a contentillo cuando se carece de ganas de trabajar por hacerlas letra viva y no muerta.

Por otra parte, la independencia nace de una fuerza, nace de saber que no se pondrá a modo para llegar a ninguna parte, entraña honestidad. No se fabrica, no se imita, no se finge. Porque “no tiene lado”, quien así sea puede ser incómodo. Esto no significa que las personas independientes no se comprometan, al contrario. Pero su compromiso siempre nace de la comunión de ideales. Es lógico, porque esa fuerza no vibra abajo como la vil ambición, sino arriba.

Cuando se destruye un sistema que va en contra de los valores constitucionales esenciales, que usa el léxico de la democracia como justificación y que se busca implementar con los magros recursos que se captan a duras penas en impuestos (en vez de destinarse a los verdaderos problemas nacionales), no me queda clara esa altura de ideales necesaria para atraer a personas independientes.

Además, las amenazas a la independencia judicial no cambiarán un ápice. Al contrario: quitada a la fuerza la judicatura incómoda, no es lógico visualizar autonomía en la que ocupará el lugar de la que ha sido retirada anticipadamente.

Por otra parte, quien juzga no está en un lecho de rosas: está resolviendo un pleito, generalmente apasionado, entre personas o entidades dispuestas a hacerse mucho daño y a invocar muchos intereses. Esto significa que, cuando las personas que integren esa nueva clase judicial tengan la osadía de obrar conforme a su criterio, existe la posibilidad de que sean calumniadas, o que sus decisiones sean tergiversadas cuando estorben intereses soterrados de quienes juegan en varias bandas. Conozco bien esos ataques.

En este sentido, si algo he visto en mi trayectoria es que las personas de mayor poder político y económico reciben muchas veces los peores consejos o informes. No falta quien les haga contratar servicios jurídicos que no necesitan para acciones o juicios inútiles, o les nuble la visión de las cosas con tal de avanzar agendas propias. Si esto implica calumniar y arriesgar carreras de quien no ceda, lo harán. Si algunas cosas no las hubiera visto con mis propios ojos pensaría que son absurdos tragicómicos de alguna novela de Jorge Ibargüengoitia. El expresidente López Orador tenía razón en parte cuando se irritaba con la abogacía (el problema es cuando irritan las leyes).

* * *

Desde luego, deseo que al país le vaya bien y que haya buenas personas en este proceso, aunque oculte las letras chiquitas a los participantes. Las letras del tiempo harán lo suyo y no podrá evitarse, aunque se intente en el corto plazo. Optimista, creo que tarde o temprano el delirio dará lugar a la sensatez. Pero habría que comenzar por impedir el mal uso de la democracia y su lenguaje, que no está hecho para legitimar lo que resulta ajeno a esta, ni para disimular una ruptura del Estado de Derecho. Es un acto de civismo reconocer que eso sucedió.

*Texto publicado en Milenio