Elecciones 2024
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El divisor en jefe, por Max Kaiser
Ilustración: Marco Colín / MaxKaiser.com

Necesitábamos como nunca un gran Jefe de Estado y un gran Jefe de Gobierno. Un Jefe de Estado que cuidara y desarrollara a las instituciones democráticas que tanto requerimos hoy, y un Jefe de Gobierno que convocara a una gran coalición de expertos para crear las mejores políticas públicas, y así poder enfrentar nuestros más complejos problemas.

En lugar de eso, tenemos en la presidencia de la República al eterno candidato que se siente insuficiente frente a la mayoría de la población. Se trata de una persona profundamente insegura que necesita de un séquito de incondicionales que le recuerden permanentemente que él es suficiente, que sí sabe, que nadie sabe más que él, que él sabe todo. Los necesita porque se sabe incompleto frente a quienes sí saben de leyes, de economía, de política pública, de gestión de gobierno, de salud, de seguridad pública. No tolera a los expertos porque lo hacen sentir inseguro e insuficiente. No le gusta lo que dicen o hacen porque lo evidencian como una persona con mucha habilidad política, y casi nula capacidad de gobierno. Y eso es justo lo que ha tratado de esconder toda la vida. Como un buen mago ha logrado convencer a mucha gente de que la habilidad política se traduce mágicamente en capacidad para gobernar y dar resultados.

Para lograr este truco de magia, el eterno candidato siente la constante necesidad de dividir al país en dos: los que están con él y los que están en su contra. El primero tiene que ser un grupo leal, ciego, guiado por la fe, que no cuestione ni averigüe, y que necesite siempre del eterno candidato. Se trata de personas mediocres y poco capaces que ya probaron suerte por muchos lados diferentes y que sólo pueden sobrevivir en este competido mundo debajo de un patriarca que les regale un espacio en su proyecto político. Políticos, burócratas, analistas, periodistas, moneros, académicos, representantes de la sociedad civil organizada y empresarios que necesitan estar cerca del poder, porque se saben incapaces de hacerla por sí mismos. Ya lo intentaron, y saben lo difícil que es para ellos construir su propio camino.

El precio que tienen que pagar por ser parte de ese grupo es alto: su dignidad. En ese grupo no hay medias tintas, no hay espacio para la crítica ni para la evaluación, no hay lugar para la disidencia y menos para los cuestionamientos. Pero no sólo se trata de aplaudirlo todo, también se demanda de ellos otra tarea aún más indigna: atacar a todo aquel que se salga del discurso fantasioso de cambio y éxito.

El Divisor en Jefe les pone el ejemplo, les da la línea discursiva todos los días. Todas las mañanas, su séquito lo escucha referirse a sus críticos como:  achichincle, alcahuete, aprendiz de carterista, arrogante, blanquito, calumniador, callaron como momias, camajanes, canallín, chachalaca, chayotero, cínico, cómplice, conservador, corruptos, corruptazo, deshonesto, desvergonzado, espurio, farsante, fichita, fifí, fracaso, fresa, gacetillero vendido, hablantín, hampones, hipócritas, huachicolero, ingratos, intolerante, ladrón, lambiscones, machuchón, mafioso, mafiosillo, maiceado, majadero, malandrín, malandro, maleante, malhechor, mañoso, mapachada de angora, matraquero, me da risa, megacorrupto, miente como respira, mentirosillo, minoría rapaz, mirona profesional, monarca de moronga azul, mugre, ñoño, obnubilado, oportunista, paleros, pandilla de rufianes, parte del bandidaje, payaso de las cachetadas, pelele, pequeño faraón acomplejado, perversos, pillo, piltrafa moral, pirrurris, politiquero demagogo, ponzoñoso, pregonero, prensa vendida, ratero, reaccionario de abolengo, represor, reverendo ladrón, riquín, risa postiza, salinista, señoritingo, sepulcro blanqueado, simulador, siniestro, tapadera, tecnócratas neoporfiristas, ternurita, títere, traficante de influencias, traidorzuelo, vulgar, zopilote. (Este brutal recuento lo hizo Carlos Loret de Mola en su columna del periódico El Universal, el día 30 de diciembre de 2019).

Con esto pretende dos cosas: desacreditar a todos aquellos que no lo alaben, y unificar a su base en torno a su patriarcado. (Recalco la palabra “pretende”).

De lo que no se hace responsable el Divisor en Jefe es de las consecuencias que este modo de hacer política tiene en la sociedad. Si no hay espacio en medio, si solo hay dos polos, se elimina el espacio vital para el diálogo. Y así, todas las discusiones sobre la agenda pública se reducen a una desición simplona: estás con él o contra él.

Pero esa consecuencia no es la peor. Lo más grave de esta forma de hacer política es la legitimación desde el poder del discurso del odio. Si el gran líder pueder despreciar a otros, puede atacarlos, puede etiquetarlos sin motivo, puede calumniarlos y reducirlos a cualquiera de los apodos antes citados, entonces yo tambien puedo, y hasta debo hacerlo, con todos aquellos que piensen diferente a mí.  Esa terrible forma de hacer política desde el poder se convierte en moda y permiso.

Y así, acabamos con familias fracturadas en dos, grupos de amigos fracturados en dos, socios o colegas divididos en dos, instituciones públicas y privadas divididas en dos, colonias y comunidades divididas en dos, y por lo tanto, un país dividido en dos.

El remedio es muy sencillo: no caer en la trampa. Tu primo no es tu enemigo, tu tía tampoco, tu vecino no es tu enemigo, ni tu colega del trabajo, y menos lo es tu amigo de toda la vida. Son solo personas que piensan diferente a ti y que hacen lo mejor que pueden en este momento tan complejo. Sufren como tú, luchan como tú, sienten como tú. Sólo ven el mundo diferente a ti, porque no son tú. Así de sencillo.

Pero nos necesitamos todos. Justo hoy se conmemoran dos fechas terribles: el 19 de septiembre de 1985 y de 2017. Dos momentos de nuestra historia que nos mostraron nuestra fragilidad, pero también esa gran fortaleza que surge de la colaboración. Nadie tuvo que renunciar a sus convicciones políticas en esos días para sacar heridos de los escombros y llevarles comida a los damnificados, sólo tuvimos que hacer una cosa: vernos todos como mexicanos que nos necesitamos, para resistir y poder vivir