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Voluntarios mantienen a Wuhan en pie durante cuarentena por COVID-19
Foto de EFE

Voluntarios, transportistas y repartidores a domicilio forman parte del anónimo ejército de ciudadanos que ha mantenido a flote a los 11 millones de residentes de Wuhan durante los más de dos meses de cuarentena por el coronavirus COVID-19 en la ciudad.

Cuando el pasado 23 de enero las autoridades prohibieron que ningún ciudadano saliera de la ciudad y dejaron a los residentes confinados en sus casas para parar el brote de coronavirus, varias organizaciones de voluntariado comenzaron a crear programas para distribuir material médico, llevar a pacientes a los hospitales o traer comida a los complejos residenciales.

En los peores días de la epidemia, estas personas llevaban a cada comunidad de vecinos comida hasta 5 veces al día, de forma gratuita, que eran racionadas para asegurar la subsistencia de los habitantes.

Muchos de ellos trabajan todavía hoy, cuando los wuhaneses ya pueden pisar la calle si certifican un buen estado de salud, y lo seguirán haciendo después del 8 de abril, cuando la ciudad tiene previsto levantar definitivamente las restricciones impuestas.

“Nada más estallar el brote, la asociación de estudiantes de mi universidad creó un equipo de voluntarios para trasladar a doctores y enfermeras y entregar comida a las comunidades de vecinos. Convencí a mis padres para que me dejaran participar: algún día ellos necesitarán ayuda de voluntarios como yo”, explicó a EFE Wang Xin Yi, estudiante de Derecho en la Universidad Huazhong.

Después, cuando la ciudad puso en marcha la estricta cuarentena, el gobierno local tomó cartas en el asunto y reorganizó a los voluntarios en 11 tipologías: servicios médicos, seguridad, asistencia, ayuda psicológica, propaganda, transporte y administración, entre otros.

“Solicité participar en el programa de asistencia para ayudar a la gente que necesitaba ayuda en mi comunidad. Hay 192 voluntarios en mi subdistrito, seis de ellos en mi complejo residencial. Mi trabajo todos aquellos días era distribuir arroz, aceite, fideos y verduras a los que más lo necesitaban”, relató Xin Yi.

También se encargaba de tomar la temperatura a los vecinos, de atender sus peticiones y de darles conversación si lo necesitaban.

Y si alguien se empeñaba en pedir un permiso especial para salir a comprar, los acompañaba, porque los ciudadanos no tenían la autorización para entrar en los supermercados.

“Había un ciudadano extranjero en nuestro complejo residencial que se había mudado a Wuhan hacía unos tres meses. Le ayudamos a traerle comida, mascarillas, todo lo que necesitara”, agregó.

Lo más difícil del trabajo, asegura Xin Yi, es la incomprensión: “Hay gente que me pregunta que cuánto me pagan, otros se quejaban de que la comida que recibía no era tan buena como la de otra comunidad“, afirmó.

“Tenemos también que explicar la situación y confortar a la gente todo lo posible. Y aunque llevamos trajes protectores, a veces la gente se apartaba, nos evitaba y eso era muy incómodo”, relata, aunque “todos esos sentimientos se desvanecían cuando alguien nos agradecía nuestro esfuerzo”, añadió.

Los repartidores, claves en la logística de China

Las organizaciones de base, como las llama el Partido Comunista de China (PCCh), necesitaban que llegara a Wuhan material de otras provincias, para lo cual se recurrió al ferrocarril o a transportistas que conducían largas horas en sus camiones.

Y una vez en la ciudad, al margen del voluntariado oficial, fueron las plataformas de entregas a domicilio y sus repartidores los protagonistas.

“Llevo trabajando en este sector desde el año pasado y me ha tocado la epidemia. El trabajo ha sido muy duro. Ahora ya hay menos pedidos en comparación con hace un mes, cuando trabajaba durante todo el día, no había tiempo para descansar”, comentó un repartidor en las calles de Wuhan.

En este periodo, la empresa pagaba la misma cantidad -no especifica cuánto- por pedido, pero “había muchas más entregas, así que gané bastante dinero. Además, nos daban bonificaciones“, dice.

Pero de entre todos, los grupos más visibles para el púbico son aquellas personas que portan brazaletes rojos y que se encargan de vigilar quién entra y sale de cada edificio y de llamar a la policía si lo consideran necesario.

“¡Soy miembro del PCCh!”, dijo orgulloso uno de ellos a la entrada de un complejo residencial.

“El Gobierno me asignó trabajar con las bases. Registro a todo aquél que entra y sale y les tomo la temperatura. Ahora, se necesita un código QR verde obtenido por las plataformas móviles para entrar ahí”, añadió, señalando al edificio.

Añade que ya hay más gente que los tiene, porque han sido dados de alta tras pasar la enfermedad, han regresado al complejo y terminado sus cuarentenas de 14 días.

“La seguridad es lo primero, camarada”, se despidió el hombre, que inmediatamente sacó su termómetro infrarrojo para comprobar si una chica que acaba de abandonar la comunidad tenía fiebre, uno de los síntomas de haber contraído la COVID-19.

Con información de EFE