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Ucrania y Rusia: historia de un conflicto eslavo
Manifestación en Pakistán contra conflicto entre Rusia y Ucrania. Foto de EFE

En los últimos días el conflicto entre Ucrania y Rusia ha escalado de una manera alarmante. Si los soldados rusos cruzan la frontera e invaden el suelo ucraniano se desataría una grave crisis político-militar en esa región del planeta, cuyas consecuencias resultarían imprevisibles.

¿Cuáles son los orígenes y las causas de este conflicto?

Ucrania fue una de las repúblicas que integraron la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Durante el proceso de colectivización de las tierras, llevado a cabo por Stalin a finales de la década de los años 20 del siglo pasado, este país sufrió mucho, pero también durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis perpetraron varias masacres dentro de su territorio. En 1954, para celebrar el aniversario de las relaciones entre ucranianos y rusos, el líder soviético Nikita Kruschev le cedió Crimea a Ucrania.

“En aquel tiempo, esta cesión no importó demasiado porque Ucrania formaba parte de la URSS. Sin embargo, en 1991, cuando la URSS se desmembró y Ucrania se convirtió en un país soberano, empezó a importar porque en Crimea se localiza la principal flota de Rusia. A partir de entonces ha habido una fuerte tensión entre Ucrania y Rusia. Ucrania es un país dividido: una mitad de su población es pro rusa y aprueba que el país sea anexado a Rusia, o haya algún tipo de arreglo para unir a ambas naciones; y la otra mitad es pro occidental, pro Unión Europea y pro Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y ha buscado acercamientos con Occidente que tienen muy molesta a Rusia”, dice Cristina Rosas, académica de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y experta en relaciones internacionales.

En 2014, el gobierno ruso organizó un referéndum en el que preguntó a los habitantes de Crimea si querían o no que su país formara parte de Rusia. Según los resultados –“amañados” para la académica universitaria–, la gran mayoría de los habitantes de Crimea votó que sí quería, y entonces este país fue anexado a Rusia.

“Esto desató una tremenda crisis política entre Ucrania y Rusia. Ucrania desconoció el referéndum y lo tachó de ilegal, y Rusia ocupó diversas zonas de Ucrania oriental; es decir, donde viven los pro rusos. Tanto la población de Ucrania occidental como el presidente Volodimir Zelenski buscan entablar relaciones más estrechas con Occidente, algo que es inaceptable para Rusia. Hay que entender que Rusia considera que Ucrania no es solo la madre del eslavismo y, en específico, de los eslavos rusos, sino también parte de su zona de influencia, y lo que quiere Rusia es que Estados Unidos y los países de la OTAN se comprometan a que Ucrania nunca ingrese en esta alianza militar, que siempre ha visto a los rusos como enemigos.”

Diálogo

En opinión de Rosas, nadie necesita una guerra hoy en día. Sus costos económicos serían altísimos para los países involucrados en ella, sobre todo en un momento en que el mundo entero está buscando planes económicos para reactivarse.

“Cuando se anexó a Crimea, Rusia recibió sanciones económicas de Occidente que han limitado el margen de maniobra de su economía. Ahora bien, estas sanciones han sido muy prolongadas, ya van a cumplir ocho años, y si un país recibe sanciones por un largo tiempo, termina adaptándose a ellas. Algo que se ha visto es que las sanciones fueron ‘buenas’ para Rusia de cara a la pandemia, porque ya había aprendido a vivir en austeridad. Se volvió resiliente gracias a esas sanciones, lo cual no significa que no tenga que luchar para salir de la precaria situación económica en que la colocó la pandemia, pero no necesita ni quiere una guerra. En todo caso, a diferencia del presidente ruso Vladimir Putin, uno de los más populares a nivel mundial con 70 por ciento de aprobación, su homólogo estadunidense Joe Biden sería quien necesitaría una guerra, pues tiene una aprobación de solo 40 por ciento y ha cometido innumerables errores durante su mandato que lo han debilitado a los ojos del electorado”, agrega.

Por lo que se refiere a la OTAN, ha buscado dialogar con Rusia; de hecho, hace unos días, el presidente francés Emmanuel Macron se reunió con Putin en el Kremlin y lo invitó a negociar, y Rusia ha dicho que sí quiere hacerlo.

“Lo que yo percibo es que Rusia se resiste al orden internacional que tenemos actualmente, donde Estados Unidos está debilitado y China en ascenso, muy posicionada y empoderada. Rusia quiere entrar al juego y ser reconocida como potencia regional. ¿Cómo puede lograr este objetivo? Moviendo sus piezas en su zona de influencia, y Ucrania, para bien o para mal, es parte de la zona de influencia de Rusia. Yo creo que sí se ven señales de negociaciones, si bien es cierto que a Occidente le cuesta trabajo reconocer a Rusia como una potencia regional.”

Apoyo de China a Rusia

Putin fue uno de los invitados de honor del presidente chino Xi Jinping en la inauguración de los XXIV Juegos Olímpicos de Invierno 2022, que se celebraron en Beijing. Sin duda, este respaldo político de China a Rusia también es muy importante. Con todo, la académica piensa que China no meterá las manos al fuego por Rusia.

“Eso lo puedo garantizar. China tiene muchos intereses en Occidente y no los comprometerá por defender a Rusia. Pero ver a Putin con Xi Jinping hablando, apoyándose mutuamente, es una prueba de que Rusia no está aislada, que tiene amigos poderosos. Esto también es un mensaje para Occidente, y Occidente lo tendrá que valorar. Así que se ve difícil que estallen las hostilidades, a pesar de que ha habido y sigue habiendo movimientos de tropas y Biden invitó a sus conciudadanos a salir de Ucrania ante la inminencia de una guerra. Es parte de la narrativa de los dos países. Por un lado, Rusia dice: pido que me reconozcan como potencia; y por el otro, Estados Unidos responde: no te voy a reconocer tu estatus de potencia. No obstante, sería un error muy costoso para Biden si aparece como intransigente o poco visionario respecto a las relaciones de Estados Unidos con Rusia”, añade.

Finlandización

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Stalin decidió recorrer las fronteras occidentales de la URSS para proteger, sobre todo, a Leningrado (hoy San Petersburgo), su segundo centro industrial. Por eso invadió Finlandia y le quitó una porción de su territorio. Cuando terminó esa guerra, se supo que Finlandia había pactado con los nazis la invasión de la URSS por el norte, a través del territorio finlandés, y, efectivamente, aquellos estuvieron en Laponia y causaron infinidad de destrozos. Al final, por presiones soviéticas, Finlandia tuvo que expulsarlos sin la ayuda de la URSS.

En 1948, la URSS y Finlandia firmaron un pacto de amistad, no agresión y asistencia mutua en el que se estableció, además, que Finlandia no podía aliarse con ningún país occidental ni formar parte de ninguna alianza militar. Por eso, Finlandia no es miembro de la OTAN, aunque sí de la Unión Europea, pero solo a partir de 1991, cuando la URSS desapareció. De ahí viene el concepto de finlandización, que se utiliza en el ámbito de las relaciones internacionales cuando un país que convive con una gran potencia debe acotar su soberanía para evitar fricciones con ella.

“Este modelo, el finlandés, me parece que podría ser una solución para el caso ucraniano. ¿Esto qué significa?, que Ucrania tendría que olvidarse de ingresar en la OTAN y, por si fuera poco, aceptar que los territorios que ocupó Rusia en 2014 ya no los recuperará. Esta finlandización es muy dura para Ucrania porque implica quedar a merced de Rusia y aceptar la partición de su territorio. Por supuesto, esto parte de la idea de que Occidente lo acepte, pero Occidente tampoco dispone de mucho margen de maniobra. En cuanto a la Unión Europea, no tiene una interlocución con Putin como la que solía tener cuando Angela Merkel era la canciller en Alemania. Esto juega a favor de Rusia. Así que no veo que la Unión Europea esté dispuesta a irse a un conflicto armado con Rusia, una potencia nuclear, por Ucrania, un gran país, pero una nación pobre”, finaliza Rosas.

Texto vía Gaceta UNAM