Una víctima de abusos sexuales por una comunidad misionera asegura que solo el papa Francisco podrá ayudarle en la denuncia
El papa Francisco ordenó la publicación de un dossier sobre supuestos abusos sexuales que realizó la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol y de María Madre de la Iglesia contra personas en Barcelona.
Los casos de abuso sexual fueron sancionados e investigados por El Vaticano en la década pasada, donde investigaron a los fundadores Francisco Andreo García, Albert Salvans Giralt y Pere Cané Gombáu
Una de las víctimas que ahora tiene 36 años de edad narró. “He sido esclavo laboral y sexual de un grupo de depravados, encubierto por jerarcas de la Iglesia. En los tres años, del 2001 al 2003, que estuve en la misión de Nariokotome, en Kenia, me trataron como una bestia de carga. Éramos unas 30 personas y a la esclavitud laboral se añadía la esclavitud sexual. Nos decían que la vida sexual activa es algo que Dios quiere, y que también quiere que vayamos desnudos porque desnudos nos creó. Ayúdeme, Francisco. Ponga un poco de alivio en mi alma rota. No permita que otros muchachos sigan pasando por este infierno”.
Paulino (nombre falso), otra de las víctimas califica a la comunidad misionera como una “perfecta ingeniería del mal”, lo que niegan varios de los acusados. “No hemos visto nunca ese campamento de los horrores que relata Paulino”, asegura Pablo Cirujeda, sacerdote y médico.
Ante la negación de la comunidad misionera, el hombre asegura que solo confía en el papa Francisco para denunciar los supuestos casos de abuso sexual. “Denunciar es buscarse problemas. Me duele que durante todos estos años en los que no fui capaz de denunciar, han seguido abusando de chicos y chicas”, agregó.
El principal acusado por Paulino es Francisco Andreo, quien acusa que practicaba orgías durante las misiones que tenían en el extranjero, donde se encontraban sin papeles, sin dinero y sin pasaportes, enfrentándose a un “lavado de cerebro” que te hace “incapaz de rebelarte”.
“El día que me mandó llamar, me acerqué esperando lo peor. Me invitó a café y ordenó que nos dejasen solos. Me mandó desnudarme. Me senté en una silla, pero él me hizo echar en su cama. Comenzó a hablarme de sexo y a preguntarme si no se me levantaba. Después, comenzó a tocarme. Yo tiritaba de miedo. Al verme tan nervioso y que el pene no se inmutaba con sus manejos, me llamó moralista, me insultó, me echó del cuarto. Salí con el alma rota, la escena marcada a fuego en mi memoria”, recuerda Paulino.
Con información de El País