Elecciones 2024
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El voto castigo marca las elecciones en América Latina
Elecciones en Bolivia. Foto de EFE

El politólogo Daniel Zovatto, director regional de IDEA Internacional para América Latina y el Caribe, expone que derivado de las últimas elecciones en Latinoamérica, los mandatarios deberán concentrarse en recuperar la confianza de la ciudadanía, pues corren el riesgo de generar una mayor crispación social, como ya se ha visto en Perú y Ecuador.

En su opinión para La Nación, el politólogo señala el inicio de un nuevo ciclo político vinculado al eje derecha-izquierda y la prevalencia de un voto de castigo a los oficialismos.

El voto castigo marca las elecciones en América Latina

El súper ciclo electoral latinoamericano entró este mes en su recta final, con una maratón conformada por tres elecciones en América del Sur, en la que dos de los tres mandatarios – Evo Morales y Mauricio Macri- buscarán su reelección.

A finales de año, 15 de los 18 países de la región habrán celebrado sus elecciones presidenciales en un periodo de tan solo 36 meses (2017-2019), provocando una reconfiguración del mapa político latinoamericano cuyas tendencias abordaremos en la parte final de este artículo.

La intensa agenda electoral de este año incluye seis elecciones presidenciales. Ya tuvieron lugar tres en América Central: El Salvador (3 de febrero), Panamá (5 de mayo) y Guatemala (16 de junio y 11 de agosto). El domingo va a las urnas Bolivia, seguida por la Argentina y Uruguay, el domingo 27.

En Bolivia, Evo Morales (Movimiento al Socialismo), empujado por el crecimiento económico y la reducción de la pobreza, buscará su cuarto mandato consecutivo frente a una oposición fragmentada.

La derrota sufrida por Morales en el referéndum de 2016 le había cerrado la posibilidad de buscar una nueva postulación. Pero Evo, ayudado por la Justicia -bajo su influencia-, forzó una interpretación de la Constitución que lo habilitó a buscar un nuevo mandato.

Las tres últimas encuestas dan cuenta de un alto nivel de polarización entre Morales -quien encabeza la intención de voto pero sin ganar, de momento, en primera vuelta- y el expresidente Carlos Mesa, principal candidato opositor, líder del movimiento Comunidad Ciudadana.

Hay resultados para todos los gustos. El estudio de Ciesmori coloca a Morales con 36.2% y a Mesa con 26.9%. La encuesta de la Universidad de San Andrés y de la Fundación Jubileo registra una diferencia de apenas cinco puntos en favor de Morales: 32.7% versus 27%. Por su parte, el sondeo de IPSOS es el más favorable al oficialismo, ya que vaticina un triunfo de Evo en primera vuelta, con una intención de voto del 40% y una diferencia de 18 puntos respecto de Mesa (22%).

Hay que tener presente que en Bolivia la elección se define en primera vuelta únicamente si el ganador logra el 50% más uno de los votos o bien si logra el 40% de los votos con una diferencia de 10 puntos sobre el segundo.

Como vemos, todos los escenarios están abiertos en las elecciones más reñidas que Evo ha enfrentado en sus 13 años en el poder. El voto de los indecisos (9.4%) será clave para definir si Morales gana en primera vuelta o si deberá ir a un ballotage.

La Argentina, polarizada

En la Argentina, las elecciones del 27 de octubre tendrán lugar en medio de una profunda crisis económica y social y en un escenario de alta polarización política. La amplia victoria del binomio opositor Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner (Frente de Todos) sobre Mauricio Macri-Miguel Angel Pichetto (Juntos por el Cambio) obtenida en las PASO, debilitó al presidente y dejó al exjefe de Gabinete de los Kirchner (según todas las últimas encuestas) como el favorito para ganar la presidencia en primera vuelta.

Un análisis riguroso de estas elecciones demanda la necesidad de poner foco en el mapa político post 27 de octubre y su impacto en la gobernabilidad. Por un lado, en el caudal de votos que obtengan Macri y Fernández y, por el otro, en la integración del Congreso, ya que de estas variables dependerá la fortaleza y características del nuevo gobierno, el tamaño, músculo y composición de la oposición, así como la relación entre el oficialismo y la oposición durante el período 2019-2021.

El mismo 27 de octubre, los uruguayos celebrarán las elecciones generales más inciertas y competitivas desde 1989. El Frente Amplio acusa un importante nivel de desgaste tras tres períodos consecutivos de gobierno (15 años) y una economía en problemas pero aún así es el favorito para ganar la primera vuelta.

Las internas celebradas el pasado 30 de junio definieron los candidatos de las cuatro principales fuerzas políticas: Daniel Martínez (Frente Amplio), Luis Alberto Lacalle Pou (Partido Blanco), Ernesto Talvi (Partido Colorado) y el exgeneral Guido Manini Rios (Cabildo Abierto).

De momento, Martínez lidera todas las encuestas de cara a la primera vuelta con una intención de voto que oscila entre el 33%-40%, seguido por Lacalle Pou entre 25-27%. En un tercer lugar, mucho más distante, aparecen Talvi y Manini Rios con una intención de voto que va del 10 al 13%. Cabe recordar que en Uruguay hay necesidad de ir a un ballotage si el candidato ganador no logra alcanzar el 50% más uno de la votación en primera vuelta.

Las encuestas señalan asimismo que habrá necesidad de ir a un ballotage el próximo 24 de noviembre y que en, esta segunda vuelta, Lacalle Pou tiene buenas posibilidades de vencer a Martínez. También anticipan, que el nuevo Congreso será más plural y que ningún partido obtendrá mayoría en ambas cámaras del Congreso.

Los resultados de estas tres elecciones son clave para definir las principales tendencias y características del nuevo ciclo político y su impacto en la reconfiguración geopolítica regional.

En los tres casos, la competencia está polarizada y existe alta incertidumbre en escenarios abiertos con final reservado. En los tres países, las fuerzas políticas de izquierda son las favoritas para ganar las primeras vueltas. En cambio, existe menos claridad acerca de si habrá necesidad de ir a una segunda vuelta y, en su caso, qué sucedería en esas eventuales definiciones.

Ciclos más cortos

Pese a esta incertidumbre, arriesgo pronóstico: la Argentina girará al centroizquierda con el triunfo de Fernández en la primera vuelta. En Uruguay habrá necesidad de ir a un ballotage para definir la presidencia, que pasará a manos del candidato de centroderecha, Lacalle Pou . Y en Bolivia, Evo hará todo lo que haga falta para ganar en primera vuelta.

Me pregunto: ¿una derrota de Macri estaría anticipando el retorno de gobiernos progresistas y el fin del ciclo político de centroderecha y derecha que él mismo inauguró en 2015 en América del Sur? No necesariamente.

Lo que observo, más que un regreso de gobiernos progresistas, es un voto motivado por el enojo, un voto de castigo a los oficialismos (tanto de derecha como de izquierda). Por consiguiente, vemos la sustitución de los ciclos largos de gobierno de las décadas pasadas por ciclos más cortos, debido al fuerte desgaste que afecta actualmente a los mandatarios, que deben gobernar en contextos crecientemente complejos y, en un buen número de países, sin contar con mayoría propia en el Poder Legislativo.

En otras palabras, más que el inicio de un nuevo ciclo político vinculado al eje derecha-izquierda, lo que veo es la prevalencia de un voto de castigo a los oficialismos (con independencia de su signo político) y, consecuentemente, una tendencia favorable a la alternancia y a la heterogeneidad ideológica.

En efecto, en 7 de las 12 elecciones presidenciales celebradas dentro del super ciclo (2017-2019) ganó la oposición (Chile, Colombia, México, Brasil, El Salvador, Panamá y Guatemala); solo en tres países hubo continuidad oficialista (Ecuador, Costa Rica y Paraguay). En otros dos (Honduras y Venezuela), el triunfo del oficialismo fue forzado mediante procesos electorales caracterizados por reelecciones consecutivas con altos niveles de irregularidad, que afectaron la integridad electoral.

Resumiendo: de aquí en más, en este nuevo escenario regional los mandatarios deberán concentrar su energía en recuperar la confianza ciudadana, aprender a gobernar en contextos de alta complejidad, incertidumbre y volatilidad, y producir resultados rápidamente para dar respuesta a las altas expectativas y demandas de la población.

En caso contrario, como ya observamos en varios países de la región (las recientes crisis en Perú y en Ecuador son un ejemplo), la frustración ciudadana podría generar mayor crispación social, una acelerada pérdida de apoyo popular y graves crisis de gobernabilidad.

Con información de La Nación