
Así se fue la primera noche en tierras mundialistas (de clubes). Entre carne de 350 pesos mexicanos y basura afuera de un McDonald’s
Conocí a Alberto Lati un domingo de mayo del 2012. Unas horas antes, el Chelsea se había convertido en el campeón de Europa al ganar la Champions y ahí estábamos, en el desfile del equipo entre los hooligans disfrazados de aficionados que arrojaban trozos de apio sin importar si lastimaban a alguien.
Ese día, Beto me dio un consejo que recuerdo en cada viaje: “cuando llegues a un lugar nuevo, no esperes que el lugar se adapte a ti. Tú eres el que debe adaptarse”. Tenía la boca llena de razón.
Osaka nos recibe con menos del frío del esperado. En el aeropuerto las filas de migración son interminables porque al mismo tiempo aterrizan los vuelos provenientes de Dubai, Los Ángeles, San Francisco y Singapore. La muchachada comienza a llegar al Mundial de Clubes y destacan dos o tres grupos de sudafricanos que apoyarán al Mamelodi Sundowns.

Después de los trámites migratorios, me dirigí al quiosco del correo para recoger el módem inalámbrico que rentamos para evitar los planes de datos internacionales. Para que tengan una idea de lo caros que son 200 megas cuestan 6 mil 180 pesos con Telcel. El horno para bollos. Es mejor informarse y pagar un WiFi por adelantado.
Después de hacer check-in en el hotel, caminé por Dotombori, el área comercial con más bullicio de Osaka. Viernes en la noche y la gente salía arremolinada de las tiendas buscando los puestos callejeros antes de dirigirse a los bares. Ahí probamos la carne Kobe. Cien gramos con dos pedacitos de cebolla asada cuestan 350 pesos mexicanos. Un vaso de cerveza lo venden en noventa pesos. La vida en Japón es cara, muy cara.





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Uno creería que aquí, en el primer mundo, eso de tirar basura en la calle no existe, pero no es cierto. Esto es afuera de un McDonald’s que estaba abierto. Así tienen que caminar los clientes entre las bolsas de desperdicios.

El shock cultural también se da en el baño. Demasiados botones. Que el botón para jalarle, que el botón para el bidet, que el botón para aumentar la la presión del agua del bidet, que el botón para calentar la taza, que el botón para echar desodorante.


Así se fue la primera noche en tierras mundialistas (de clubes). El cambio de horario no se siente el primer día. Los problemas llegan el segundo cuando vas en el metro cabeceando y quieres acurrucarte en la señito de a lado que va resolviendo su sudoku.
Por Fernando Del Río