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Si existe algo como la voluntad general, la expresada en los comicios mexicanos de julio fue una especie de adiós democrático a la democracia, un salto de las redes complejas de la pluralidad y los contrapesos, a la cesión del mayor poder posible a un político carismático y a un partido dominante, cuasi único.

Dice muy bien Federico Berrueto, ayer, en esta misma página de MILENIO Diario, que la elección de julio habla “más del votante que del sistema de representación”, porque “no se votó por las propuestas”, ni “por el proyecto político de Morena”.

“Los mexicanos optaron por el salvador de la patria”, dice Berrueto. “Es un voto por el poder mágico y su referente se llama López Obrador” (MILENIO Diario, 29 julio 2018).

Libres, democráticamente, los votantes mexicanos cerraron la puerta a lo que suele predicarse como virtud de la democracia: equilibrio de poderes, pluralidad competitiva, contrapesos institucionales, límites al poder que no dependen de la buena voluntad o de la autocontención del gobernante, ya que, como dice Kant, “en la naturaleza del hombre, no figura el renunciar voluntariamente a su poder”.

Fue un salto atrás, hacia un espacio familiar de nuestra cultura política histórica: un salto hacia el hombre providencial y el poder concentrado en una mano.

Fue, quizá, la nostalgia de un presidente poderoso y un partido cuasi único, y la confianza en que ellos harán por sí solos las transformaciones que la nación necesita, luego de dos décadas de frustrante experimentación democrática.

Los gobernantes de la democracia de los últimos años convencieron al país de que democracia era sinónimo de ineficacia, corrupción, impunidad, inseguridad, cinismo político.

La respuesta ciudadana fue una avalancha contra todo eso. Sacó del clóset de la República no una renovación, sino un regreso a los territorios familiares del gobierno fuerte, capaz de poner orden en la Sodoma y Gomorra de la democracia.

Berrueto registra “la inclinación de buena parte de la población, paradójicamente más sus clases medias o ilustradas, de abrazar el pensamiento y las respuestas mágicas”.

Concluye con un toque melancólico: “Llevará mucho tiempo para que México toque fondo y entienda que no puede ser el país de un solo hombre”.