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Cuando López Obrador estaba en su primera campaña, Carlos Slim ya estaba ahí como un exitoso y respetado empresario.

Y mientras el tabasqueño no tenía ni buscaba trabajo, a la espera de la siguiente campaña, el ingeniero seguía trabajando para hacer crecer sus empresas y su fundación.

Vamos, Slim no necesita ni de López, ni de Meade, ni de Anaya, ni de nadie para mantener sus actividades empresariales. Lo que necesita Carlos Slim, Pepe y Toño, el resto de los empresarios y todos los mexicanos es certeza, respeto a la ley, garantías de que no va a llegar alguien a querer imponer su voluntad por encima de todos los demás.

A Slim no lo manda nadie (quizá sus nietos), nadie lo obliga a salir a defender la lógica de un país que ha dado con la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) un verdadero primer paso hacia el estatus de economía desarrollada.

Hace ya varios años que se pidió la opinión de los que estuvieran a favor y en contra del proyecto de un nuevo aeropuerto, y la conclusión de las mesas de discusión que ya se llevaron a cabo fue que a pesar de que el terreno es inapropiado para construir una terminal aérea, sí existe la tecnología para llevarlo a cabo de una manera exitosa.

Se concluyó que no había otro terreno donde se pudiera construir un nuevo aeropuerto que fuera viable por distancia, conectividad y sobre todo rutas aéreas. Eso se decidió y se puso manos a la obra.

Pero la peor parte de esa muestra de lo encolerizado y autoritario que es Andrés Manuel López Obrador fue su confesión de parte de que él decide a quién le daría concesiones, él decide a quién le quitaría los contratos otorgados, él decide que se cancelaría un aeropuerto para construirlo donde él quiere.

Que Carlos Slim haga con su dinero el aeropuerto, le otorgamos la concesión. Una frase que proyecta una posición autoritaria. La coartada de la asamblea del pueblo para decidir a mano alzada es una simple mascarada para decisiones preconcebidas.

La estrategia de querer llevar una decisión que corre por esos carriles de la legalidad, la inversión, las decisiones técnicas al terreno de la emoción de su pueblo bueno es muy peligrosa.

No se puede reducir una decisión tan importante, como cancelar una obra en curso como en NAIM, a un cuentito con ilustraciones tendenciosas y acusaciones huecas.

La historieta “Un aeropuerto que no debe aterrizar” demuestra que todo el tinglado anti-NAIM no tiene otro objetivo que hacer campaña.

La propaganda busca polarizar, tocar las fibras emocionales de quien tenga ese panfleto en sus manos para llegar a la conclusión de que el NAIM es para ricos y que ellos están del lado del pobre pueblo bueno.

El problema de López Obrador en esta estrategia, que parecía impecable por parte de sus expertos en propaganda goebbeliana, es que no pudo resistir sacar al verdadero Andrés Manuel que lleva dentro.

El ataque a Carlos Slim pasa por su intolerancia con las opiniones de un hombre respetado en el mundo, pero sobre todo deja ver que aquello de las leyes, la certeza y la confianza no son asuntos de su más mínimo interés.

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