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En un prólogo notable por su rigor y su brillantez, John Womack ha entregado al Fondo de Cultura Económica la edición corregida y repensada de su clásico Zapata y la Revolución mexicana.

Womack corrige con delicadeza, pero con rotundidad, lo que siente la imprecisión mayor de la traducción española, a estas alturas canónica, de su obra.

Los lectores de Womack en español recuerdan, algunos hemos citado muchas veces, las primeras líneas de su historia. “Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que por eso mismo hicieron un revolución”.

El texto original en inglés dice: “This is a book about country people who did not want to move and therefore got into a revolution”.

El sentido de este memorable párrafo inicial, nos dice Womack, no es que la gente del campo de Morelos no quería cambiar, sino que no quería mudarse: dejar sus tierras, irse a otro lugar, desarraigarse.

“La traducción al español”, abunda Womack, “pudo haber sido ‘no querían dejar sus pueblos’ o ‘no querían irse de donde eran’. Definitivamente, no pensaba entonces (ni he pensado nunca) que ‘no querían cambiar’”.

No querían mudarse física, territorialmente, cultural, anímica ni históricamente. No querían salirse de las tierras y los pueblos donde habían vivido por generaciones, pero el avance predatorio sobre sus tierras de las haciendas azucareras de la época, increíblemente modernas, los habían puesto en pie de resistencia y, poco después, en pie de guerra.

Porque no estaban dispuestos a mudarse de su forma de vida, entraron paso a paso en un movimiento que coincidió, inesperada, imprevisiblemente, con otras revueltas, otros desacomodos regionales que confluyeron en el gran río revuelto de lo que llamamos la Revolución mexicana.

No imaginaban destino tan singular, señala Womack, y este destino inesperado, esta épica no buscada, que estaba, sin embargo, reservada para ellos, siguió su curso a través de ellos y se hizo historia como se hace la historia: sin que los que la hacen sepan bien de dónde vienen ni a dónde se dirigen.

A la manera del dicho de Pasternak: “Nadie hace la historia, no se la ve, como no se ve crecer la yerba”.

(Mañana: La mirada de Zapata)

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