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Hoy, esta columna es más papista que el papa. Si bien el obispo de Roma no necesita de mi apoyo, debido a que cuenta con la defensoría de la Santísima Trinidad, tres personas que gozan de mejor reputación que la de este escribiente, no está de más mostrarle mi desinteresada solidaridad. Reiteraré el carácter desinteresado de mi adhesión porque no aspiro ni a indulgencias, ni a estampitas. Vamos, ni siquiera aceptaría un chayote vaticano si es que lo hay. (De haberlo, en el gremio de reporteros que cubren la fuente pontificia, dirán con disimulo cuando el sobre tarde en llegar: “¿Qué no vamos a rezar el Rosario”).

Como ya habrá adivinado el lector, voy a tratar el tema de la carta que el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica envió, de manera privada, a su amigo el diputado argentino, Gustavo Vera, dirigente de la organización no gubernamental llamada La Alameda, que lucha contra la trata de personas, el trabajo esclavo y el narcotráfico.

En la precitada carta, el pontífice le expresó al activista su preocupación por el avance del narcotráfico y la violencia en el país sudamericano. “Pido mucho para que Dios te proteja a vos y a los alamedenses (los miembros de su ONG). Y ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización. Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”.

Con una sensibilidad digna de mejor causa, la cancillería mexicana reaccionó de manera exagerada por la carta pontificia que nunca debió de haber rebasado el límite de lo personal, pero que la indiscreción del legislador de Buenos Aires hizo pública. (Político y argentino, quiso presumir: “¿Sabés con quien se cartea el pibe?”).

El secretario de Relaciones Exteriores de México, José Antonio Meade, puso el grito en el cielo -nunca lugar común tan bien aplicado- por la epístola papal y manifestó “su tristeza y preocupación” -que sea menos- al Vaticano a través del Nuncio Apostólico en México, Cristhopher Pierre. Además, mandó una nota diplomática a la Santa Sede, protocolo éste al que se recurre cuando un Estado protesta por la indebida actitud de otro. (El actual canciller nos hace recordar que como secretario de Hacienda no era malo).

Hace dos décadas, nadie le pidió a Dios que nuestro querido México no se colombianizara como algunos mexicanos llamaron -sin que los colombianos la hicieran de jamón- al -entonces- incipiente proceso de inseguridad, combinado con narcotráfico, impunidad y simulación que, lejos de la ayuda divina, devino en la pesadilla que es hoy: un país en donde las autoridades están coludidas con el narcotráfico y éste maneja todas las actividades delincuenciales, desde la piratería hasta la trata de personas y el cobro de piso. Jueces y ministerios públicos se ponen a la venta. También alcaldes y gobernadores. De vez en cuando, para taparle el ojo al macho de la justicia, se atrapa un capo pero se le respetan sus bienes y no se toca su cadena de lavanderías de dinero.

De vuelta al tema: sólo existe un error de Jorge Mario Bergoglio, aunque se le llame Su Santidad no deja de ser humano, pudo abstenerse de hacer el comentario o hacerlo a un amigo discreto. Sólo eso. Por lo demás, a mí, a usted y hasta, puedo apostarlo, al señor Meade, nos causa terror saber que en nuestro país se asesinan familias enteras; se decapitan personas y sus cabezas se tiran en la pista de un cabaret; se pozolean -se reducen a nada con la ayuda de ácidos- cuerpos humanos; se mata masivamente como los 72 asesinados en San Fernando, Tamaulipas; los 60 de la masacre de Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez; los 22 ejecutados en Tlatlaya, Estado de México, y los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, Guerrero.

No hay que ir muy lejos ni en el tiempo ni en el espacio para tener un contraste de lo que es la política exterior mexicana. La semana pasada, en Pasco, Seattle, el mexicano, Antonio Zambrano Montes, murió a causa de varios disparos de bala realizados por agentes de la policía.

Aunque el presidente Peña Nieto condeno el hecho calificándolo como “indignante”, su secretario de Relaciones Exteriores no manifestó al embajador de Estados Unidos en México ni su tristeza, ni su preocupación. Mucho menos oficializó la indignación que el hecho causó en el presidente del país. De mandar una nota diplomática ya ni hablamos.

El cónsul de México en Seattle, Eduardo Baca Cuenca, envió una carta -con letras minúsculas- al fiscal de Distrito del Condado de Franklin, “solicitando se realice una investigación exhaustiva que deslinde toda responsabilidad legal sobre el lamentable incidente”. (Diplomático y medroso eufemismo del vocablo asesinato).

El mismo cónsul también envío una “misiva de protesta al Jefe de Policía de Pasco en la que expresa condena y consternación por los hechos ocurridos, requiriendo conocer las medidas disciplinarias que podrán ser eventualmente impuestas a los policías involucrados en el incidente”. (Si lo “eventualmente” es en inglés los involucrados serán castigados con el tiempo. Si es en español, será una casualidad que los castiguen).

Colofón

Por la reacción que causó lo dicho por el Papa Pancho, tal parece que para el gobierno mexicano el crimen organizado es como un grano en las nalgas: No quisieran tenerlo. Le molesta y perjudica. Le avergüenza que un extraño lo vea, pero eso sí: que nadie se lo toque.