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Creo que la diferencia mayor entre la visión de José Woldenberg de la democracia mexicana y la mía tiene que ver con el tema de la representación y su hermana gemela, la pluralidad.

Woldenberg insiste en las virtudes del “pluralismo equilibrado” que habita nuestra democracia, y la forma como ese pluralismo ha venido de la diversidad política de la sociedad y no de los “principios rectores” de la reforma del 97.

Yo resumí esos “principios” en cuatro puntos. 1. La búsqueda de la equidad, 2. Aversión a la mayoría absoluta, 3. Rechazo a la presidencia priista, 4. Apuesta por la pluralidad (Nexos, junio 2016: “Nocturno de la democracia mexicana”).

Según Woldenberg, el único principio rector de aquella reforma fue la búsqueda de la equidad; los otros tres asuntos no fueron principios, sino “derivaciones naturales de un pluralismo preexistente en la sociedad” (“Nuestra democracia”, Nexos, julio 2016).

Tiene razón en que el único principio asumido por todos fue la búsqueda de la equidad y lo demás fue consecuencia de la negociación, no de su punto de partida.

Pero decir que el “pluralismo preexistente en la sociedad” es el que quedó plasmado en aquellas normas es conceder que los partidos minoritarios que hemos tenido, y los que hoy tenemos, representan algo serio en la sociedad.

Yo no lo creo, creo que el ánimo de impulsar a las minorías condujo a crear condiciones para que grupos de políticos profesionales obtuvieran franquicias y recursos que no eran ni son sino fachadas pluralistas de un clientelismo de nuevo tipo.

No concedo que el Partido del Trabajo represente ni haya hecho nunca nada por la causa del trabajo, que el Partido Verde Ecologista represente ni haya hecho nada por la causa ecologista, que el partido Movimiento Ciudadano represente o haya sido nunca un movimiento ciudadano, o el partido Alianza Nacional, franquiciado para el sindicato de maestros, haya jugado otra alianza que las que hace con otros partidos.

No creo que esa pluralidad política sea la que preexiste en la sociedad. Es la que permitieron reglas malas, bien intencionadas, que buscaban facilitar el acceso de las minorías al proceso democrático.

Facilitaron en realidad el negocio de camarillas capaces de cumplir los requisitos burocráticos y crear partidos huecos, hijos del patrocinio subterráneo del gobierno o de las escisiones de los partidos grandes, esos sí con verdadera implantación en la sociedad: el PRI, el PAN, la escisión del PRI que fue el PRD y la escisión del PRD, que es Morena.

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