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La fractura del mecanismo de la herencia en las presidencias priistas puede fecharse en el año 2000 con la sucesión de Ernesto Zedillo.

Zedillo no sintió nunca que debía la candidatura presidencial a su antecesor, Carlos Salinas de Gortari, pues éste, en su primera decisión había escogido a otro, Luis Donaldo Colosio, como su verdadero tapado y heredero.

Zedillo tampoco se sintió particularmente reconocido o arropado por el PRI, pues venía de un desencuentro grave con los usos y costumbres priistas durante sus meses de coordinador de la campaña de Colosio.

La fricción entre Zedillo y el partido era tal que se hablaba de su inminente salida de la campaña de Colosio para ocupar un lugar en el Banco de México.

Zedillo resultó candidato a la Presidencia en gran medida por los azares de la hora, porque no había otro en la lista que tuviera mejor posición al momento del asesinato de Colosio.

Es sabido que, al morir Colosio, el primer candidato de sustitución que cruzó por la cabeza de Salinas fue Pedro Aspe, secretario de Hacienda en funciones, pero estaba impedido porque la Constitución exigía que el candidato presidencial estuviera separado de cualquier cargo en el gobierno seis meses antes de la elección.

Zedillo no fue un heredero agradecido, deudor, sino un presidente duro con su antecesor y distante con su partido. De hecho, fue Zedillo quien acuñó la noción de la “sana distancia” que debía mediar entre el presidente y el PRI.

El PRI le devolvió la distancia haciendo un cambio en sus estatutos, para que no pudieran ser candidatos del partido quienes no hubieran tenido un puesto directivo y un puesto de elección popular en él.

Esto dejó fuera de la jugada a la plana mayor de los tecnócratas del gabinete zedillista, que apenas se habían parado en el PRI.

Zedillo mantuvo la sana distancia, hizo la reforma política que creó una autoridad electoral autónoma y no se empeñó en que el candidato de su partido ganara las elecciones del 2000, como Salinas se había empeñado en que las ganara él.

El PRI perdió la Presidencia con el panista Vicente Fox. Zedillo concedió la derrota sin dilación alguna, la misma noche de la elección, gesto que los priistas no acaban de reprocharle.

La herencia había terminado.

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