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Está plenamente documentado que un auto en malas condiciones mecánicas puede obtener el holograma cero para circular todos los días en la Ciudad de México y los municipios conurbados que aplican el programa hoy no circula.

Es evidente que pasa también por los terrenos de la corrupción que sigan circulando microbuses fabricados en los años 80 y que junto con el resto del transporte público, patrocinen una anarquía que entorpece la circulación por las calles de la Ciudad de México.

Es evidente que las obras viales mal hechas provocan que se generen cuellos de botella en la circulación y además de fomentar conflictos entre los automovilistas, que no se permita un flujo continuo, porque no son capaces ni de coordinar los semáforos.

Está claro pues, que hay un común denominador en el problema de la contaminación y en muchos otros, que es la corrupción.

Todo lo demás hasta ahora en estos días de aire altamente contaminado ha sido justificación política y un intento de responsabilizar a los otros de las culpas propias.

Desde el gobierno de Miguel Ángel Mancera sacaron la escopeta política para apuntar en todas direcciones.

El primer intento en el reparto de las culpas apuntó hacia los opositores políticos. La secretaria de Gobierno, Patricia Mercado, no chistó en responsabilizar al Partido Acción Nacional por promover amparos en contra de las medidas reforzadas del programa hoy no circula.

Claro que se atizó la hoguera para apuntar a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que decidieron que el año modelo no era suficiente para negar la libre circulación diaria de un auto, siempre y cuando aprobara los controles de contaminación.

La decisión alimentó un mundo que hoy es imaginario, en este país en el que la corrupción se brinca las decisiones de la Corte y las mordidas han permitido la libre circulación de muchos de los 600,000 vehículos que se han agregado a la circulación del Valle de México.

Mancera se lava las manos en público y le echa la culpa a los estados vecinos, a la comisión ambiental, a todos. Y no le falta razón, por ejemplo, el tan afecto a los medios gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila, se mantiene a buen resguardo del tema, quizá en su casa, para no respirar estos aires políticos tan contaminados.

Lo cierto es que mientras los que gobiernan se esconden o reparten culpas, somos millones de personas las que respiramos este aire sucio.

El Instituto Mexicano para la Competitividad calcula que en el sexenio habrán de morir 37,500 personas de manera prematura, como consecuencia directa de la mala calidad del aire. No sólo en el Valle de México, sino en todo el país, y que esto costará 20,000 millones de pesos en pérdidas. Tanto por temas de competitividad como por la atención médica que requieren.

Es muy importante que ahora que el tema está presente en la opinión pública, haya la presión suficiente para que todos asuman su responsabilidad y adopten medidas urgentes y profundas.

Sin coordinación entre las autoridades locales y federales, sin deseos de tomar decisiones de autoridad, lo que vamos a tener es una táctica de control de daños, como lo saben hacer, para que soplen los vientos, llegue la lluvia y nos olvidemos de lo que hoy nos está matando un poco a todos los que aquí vivimos, incluidos los políticos, que rehúyen su obligación.