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Las monedas de países emergentes ya padecen estragos y generan inflación.

Si lo que vemos en los mercados no es el inicio de una nueva recesión de alcances mundiales, ¡cómo se parece!

Ya hay efectos del desorden de muchos indicadores financieros en el desempeño de las economías.

Por ejemplo, en Estados Unidos la fortaleza del dólar tiene mucho que ver con el desempeño de su industria manufacturera. La baja en los precios del petróleo ha dañado las finanzas de países tan débiles como Venezuela, pero tan fuertes como Canadá.

El comportamiento de los mercados bursátiles, que no encuentran la paz, que no parecen encontrar un punto de inflexión, podría estar adelantando una nueva recesión global.

Sólo que ahora tiene varios componentes adicionales que agravarían este contagio global. El primero es el desgaste social ante tantas bajas recurrentes de la economía. Hay países que han mantenido un enfriamiento económico de manera ininterrumpida desde el 2008.

Otros tantos están apenas en pleno proceso de recuperación y seguro que una nueva recesión provocaría estragos políticos y sociales mucho mayores a los ya vistos.

No hay una recomposición fiscal en el mundo que aguante una nueva ronda de estímulos desde la parte de los impuestos y las políticas monetarias tampoco estarían para dar pasos hacia atrás a los tiempos de los planes de exagerada liquidez. En todo caso, se congelarían las correcciones, específicamente la que inició desde diciembre pasado la Reserva Federal de Estados Unidos.

Un componente adicional es que los países emergentes, que en su momento se vieron beneficiados por los planes monetarios de rescate, hoy enfrentan la realidad de materias primas con precios muy bajos y exportaciones limitadas por la mala salud financiera de sus compradores.

Las monedas emergentes han padecido devaluaciones severas que ya han provocado estragos inflacionarios entre los países más débiles y una pérdida de poder de compra entre todos los que no usan el dólar de los Estados Unidos como su moneda de cambio.

Y en este ambiente complejo, llega China y su marcada desaceleración. Hoy más que nunca se ha notado el mundo paralelo de las cifras oficiales del comportamiento chino contra el mundo real de un gigante herido que deja sentir sus efectos en todo el planeta.

En medio de este amenazante escenario, se escucha la voz de Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, quien le dijo al diario británico Financial Times que el golpe de esta combinación económica global puede ser potencialmente grave y el ajuste podría ser violento.

Damos por hecho que el banquero central se da por enterado y asumimos que está alerta y con la mano en el botón rojo de la política monetaria mexicana para actuar, pero también advierte a la clase política que tome en cuenta las señales, que no pintan hacia una deseable paz económica, financiera, política y social en los meses por venir.

Carstens se quiere poner poco convencional, pero para ello necesita el concurso de otros bancos centrales del mundo en desarrollo. Porque el Banxico no es la Fed y medidas heterodoxas como comprar papeles de deuda podrían ser un disparo en el pie si no es parte de una acción coordinada en el mundo emergente para dar forma a un Quantitative Easing del tercer mundo.