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Una mayoría de mexicanos eligió, en el 2018, a Andrés Manuel López Obrador como Presidente de este país y eso es algo que, como demócratas, siempre debemos respetar y hasta defender.

Pero eso no condiciona que no haya muchos ciudadanos que nos sentimos profundamente decepcionados por la forma como gobernó al país.

López Obrador nunca quiso realmente ser el Presidente de una nación con las oportunidades y las complejidades que tiene México, usó el poder para postrar su ego cada mañana en sus 1,450 conferencias matutinas, para ser el jefe de una camarilla que lo adulara.

La genialidad política que sí tiene, el carisma, la habilidad para no hablar con la verdad y la maestría de él y su equipo cercano en las técnicas de la propaganda le permiten llegar hoy, al término de su mandato, con la posibilidad de facto, tolerada por una amplia mayoría, de no irse jamás, de quedarse en el poder.

Hoy es un día largamente esperado por muchos, porque la Constitución dice que hoy es el último día del mandato de Andrés Manuel López Obrador.

Sin embargo, ni siquiera hay certeza de que cumplirá con su promesa de mantenerse físicamente ausente en la vida política nacional, porque está claro, así lo hace notar en todo momento, que su influencia rebasa cualquier mandato constitucional.

Muestras sobran, ahí está, por ejemplo, el decreto que recién publicó en el Diario Oficial para extender la regularización de los autos ilegales hasta el 30 de septiembre del 2026. ¿Cuál respeto a la Presidenta electa?

López Obrador deja algo más que la puerta abierta para más autos chocolate, sentó las bases de un rompimiento democrático con una pinza que se cierra con la dominación del poder Judicial y con la suplencia de policías con militares con autorización constitucional.

El hecho de que justo al cierre de su tiempo constitucional López Obrador se vuelque hacia el totalitarismo y que parezca diseñar un futuro que, literalmente, lleva su nombre y apellido es, en primer lugar, un acto injusto con quien le sucede.

No hay duda de que mañana vamos a presenciar otro lamentable montaje de López Obrador. El momento de la presidenta Claudia Sheinbaum en el recinto legislativo lo querrá hacer su espacio para brillar y hacer un derroche de poder, para hacerlo su ceremonia de despedida.

¡Pero hoy es 30 de septiembre del 2024! Hay pocas, pero hay razones para tener un poco de expectativas positivas de que el simple cambio en el tono de la comunicación política ayude, al menos, a tratar de superar la sociedad divida que hoy somos.

Si terminan esos ejercicios mañaneros donde se castiga el pensamiento contrario, donde se abusa del poder presidencial en contra de los opositores, si logra privar un poco de sentido común, habrá un cambio.

Si Claudia Sheinbaum no hace de las mañaneras su única actividad presidencial, para desaparecer todo el resto del día…

Si en lugar de tener el espectáculo de una muy limitada y mala lectora de noticias, permite la comunicación de sus funcionarios con la sociedad…

Si aun dentro de los dogmas de la autollamada Cuarta Transformación, la presidenta Sheinbaum busca un papel de jefa de Estado, entonces sí, habrá razones más que suficientes para alegrarnos que finalmente este día llegó.