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De acuerdo con los plazos que marca la Constitución, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador está llegando al cierre de su primera mitad. De hecho, una modificación del 2014 hará este sexenio más corto que los anteriores, porque López Obrador tiene que entregar la banda presidencial el 1 de octubre del 2024.

En fin, el punto es que la administración de López Obrador está a la mitad de su camino y cualquier balance que se quiera hacer, que no esté apoyado en datos duros, va a confirmar una de las principales características de este gobierno: la profunda división social que hoy tiene el país.

El exitoso modelo de comunicación que tiene la 4T hacia una muy amplia base social provoca que la percepción de los ciudadanos se desasocie de la realidad objetiva, por eso muchas veces no hay relación entre los datos duros y la precepción de una mayoría de la población.

Una de esas mediciones es la que elaboran de manera conjunta el Banco de México y el Inegi que tantea la confianza de los consumidores. El repunte más alto en tiempos recientes de esa encuesta se dio a la par del triunfo electoral de López Obrador y el punto histórico más alto de ese indicador coincide con el arranque del actual gobierno. Esto corresponde más a un termómetro de popularidad política que a un análisis objetivo de la condición económica propia.

Otro populómetro de la 4T es el índice de Bienestar Autorreportado (BIARE) urbano que hace el Inegi y que acaba de publicar los resultados a julio. Resulta que hoy los encuestados están más satisfechos con su vida, con un nivel del BIARE de 8.2 puntos, contra 7.9 puntos que reportaban en enero del 2017 cuando en este país no había pandemia, se creaban un millón de empleos al año, la economía crecía más de 2% y la inflación era de 3 por ciento.

No hay consideraciones objetivas para reportarse más satisfecho con la vida hoy que hace cuatro años. La diferencia es que hoy está en el poder una administración experta en la propaganda, con un discurso de esperanza bien posicionado. Y en el 2017, que la economía estaba mejor, gobernaba el PRI de Enrique Peña Nieto, que eran pésimos comunicadores.

Una primera conclusión a la mitad del camino de la 4T es que, efectivamente, la vida pública ha cambiado de manera radical. Definir si para bien o para mal depende de la percepción individual y del entorno social. Por lo pronto, los números no avalan buenos resultados en ninguna materia.

Las mediciones objetivas indican que hay más pobreza, más desempleo, menores ingresos. Las cifras de violencia e inseguridad son mucho más altas que en cualquier gobierno anterior. Y, a la par, estamos en la peor pandemia en un siglo.

Y si bien no hay un solo indicador que objetivamente pueda presumir este gobierno, lo que hay son las conferencias mañaneras.

Lo que sí hay en la 4T y en abundancia es mucha experiencia propagandística, un carisma descomunal y una habilidad oratoria como pocos para que una amplia feligresía se olvide del mundo real y festeje hasta los peores resultados.