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A riesgo de volverme también materia de caricaturistas, diré que no encuentro pobres, sino penetrantes las declaraciones del presidente Peña sobre el origen y el remedio de la corrupción.

Dijo primero que la corrupción es un asunto cultural, en el sentido de que es un capítulo viejo de nuestros usos y costumbres. Lo criticaron porque pareció que justificaba, resignado, la existencia del hecho mismo, como si hubiera dicho: “Así somos, qué le vamos a hacer”.

No sé si eso quiso decir, pero es claro que no se resignó a los hechos, pues su gobierno ha regresado meses después con una reforma constitucional para ponerle diques, precisamente, a la corrupción.

Al comentar la reforma, el presidente volvió por su revancha conceptual respecto de este mal endémico de nuestra vida pública. Dijo ahora algo más sonoro y comprometedor, pero creo que igualmente cierto:

“Decía yo que (la corrupción) es un problema a veces de orden cultural. Me he llevado por ello algunas críticas que señalan que no es cultural.  …Me parece que es un tema de orden global: está en todo el mundo. Y a veces, más que aparejado a una cultura, lo está a una condición: a la condición humana. Lo que estamos haciendo —a lo mejor le voy a dar con ello material a más de un caricaturista— es domar, auténticamente, la condición humana, llevarla por nuevos caminos, estableciendo parámetros, estableciendo límites”.

La corrupción y sus bajas pasiones son tan viejas en la historia del mundo que parecen, en efecto, parte de la condición humana. Solo han podido reducirlas, domarlas, unas cuantas sociedades cuya historia está, sin embargo, llena de ellas.

Lo han logrado todas en procesos largos, fincados en leyes y castigos que con el tiempo forman en las personas una especie de segunda naturaleza, que encuentra inaceptable la corrupción que antes era parte de su vida diaria, sus usos y costumbres: su cultura.

La condición humana no existe como algo invariable y único a largo de la historia.

Es fruto del proceso civilizatorio que la moldea, entre otras cosas “domando”, sometiendo a leyes, sus bajas pasiones, sean el homicidio o el robo, la homofobia o la corrupción.

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