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La crisis actual que atraviesa Grecia ha expuesto los defectos congénitos y errores de diseño de la eurozona. Para muchos expertos, la combinación de una moneda común -con la consecuente centralización de la política monetaria de toda la eurozona- y un marco de política fiscal que sigue siendo facultad de cada uno de los Estados miembros -aunque con ciertas limitantes- es un régimen que simplemente ya no funciona.

La decisión de rescatar o no a Grecia representa una disyuntiva de proporciones históricas para Europa y sus líderes deben decidir si están dispuestos a lograr una mayor integración o abrir la posibilidad de abandonar el proyecto del euro como moneda común.

El desenlace tiene dos finales posibles. El primero es la permanencia de Grecia en la eurozona con las manos atadas en términos de política monetaria en medio de una depresión económica, pero con el compromiso de apoyos del BCE y el FMI siempre y cuando se cumplan medidas de austeridad que amenazan con devastar aún más la economía griega.

La segunda opción es pactar una salida griega de la eurozona con la adopción de una nueva moneda local y la implementación de un plan de ajuste económico con la depreciación del tipo de cambio como eje central.

Ambas opciones tienen implicaciones que van mucho más allá de Grecia. Para la mayoría, el escenario de permanencia sería el menos doloroso a nivel internacional, pero también uno insostenible en el mediano plazo si no se toman medidas adicionales que ayuden a reactivar el crecimiento económico en Grecia.

El escenario de salida es uno de alto riesgo que, de no ser instrumentado de manera adecuada, podría tener consecuencias devastadoras para Europa y el resto del mundo.

Desafortunadamente, el pecado original está en que el marco de la moneda común europea no tiene contemplado ningún mecanismo de salida ordenado de ninguno de los países miembros y cada vez queda más claro que el sistema bancario europeo no está listo para este desenlace.

Como hemos comentado en este espacio, la salida de Grecia podría provocar una corrida bancaria en el resto de la periferia europea que provocaría un efecto dominó que podría ser devastador.

La mayoría de los expertos coinciden en que la única manera de garantizar la permanencia del euro como moneda común ante una eventual salida griega es bajo ciertas condiciones necesarias que se resumen en cuatro pilares en común: i) el establecimiento de un seguro de protección al ahorro bancario en toda la eurozona; ii) la recapitalización del sistema financiero europeo; iii) una ampliación en el mandato del BCE a promover el pleno empleo (además de mantener la estabilidad de precios que es el mandato único en la actualidad), y iv) la federalización de la política fiscal y de financiamiento de la Unión Monetaria Europea.

Estas medidas representarían una garantía implícita de que el euro es irreversible en el resto de los países de la eurozona y podrían restablecer la confianza y evitar el colapso del sistema bancario europeo ante una eventual salida griega.

En términos económicos, las diferencias que restan sobre la mesa para que Grecia y sus acreedores (los líderes de la zona euro, el BCE y el FMI) lleguen a un acuerdo son menores comparadas con el costo de permitir la potencial salida de Grecia de la eurozona. La decisión final en realidad se ha vuelto más política que económica.