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El primer ministro de la Gran Bretaña, Boris Johnson, solía ser escéptico y hasta descuidado con el manejo inicial de la pandemia de Covid-19 en su país. Mientras el resto de Europa reaccionaba, tarde, con limitaciones y confinamientos, desde Downing Street 10 se notaba una actitud incrédula y relajada.

Se incrementaron exponencialmente los casos y entre ellos el propio primer ministro cayó enfermo. No sólo se contagió con el virus SARS-CoV-2 a finales de marzo del año pasado, sino que a principios de abril tuvo que ser internado de emergencia en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).

La enfermedad de Johnson fue un ejemplo por sí mismo, pero haber superado la muerte hizo que el premier británico enfocara las cosas desde otra perspectiva, la del sobreviviente, la del ser humano que, más allá de su carisma, pudo haber perdido la batalla, a pesar de tener acceso a los mejores tratamientos y médicos de esa potencia europea.

A partir de ahí, el Reino Unido, por coincidencia o no, se volvió ejemplar en la lucha contra la Covid-19. Todo el verano pasado fue de un nivel ejemplarmente bajo de contagios hasta la segunda ola de septiembre y ni hablar de esta tercera ola de la nueva cepa de inicio de año. Pero Boris Johnson se enfermó, tomó conciencia de la realidad del coronavirus y cambió para bien.

Pero hay otros que simplemente no evolucionan y se mantienen estancados en su terquedad. El más lamentable y ejemplar de esos sobrevivientes a la Covid19, que están negados a la compasión, es el ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Su bajeza lo llevó a salir enfermo del hospital para dar una vuelta en su camioneta blindada y poner en peligro a la gente a su servicio. Después, a montar aquella lamentable imagen de Trump quitándose el cubrebocas en un balcón de la Casa Blanca, aun dentro del tiempo que los científicos han identificado como de transmisión de la enfermedad.

Y en su vida post-Covid, Trump era el mismo sujeto que despreciaba a la ciencia y a los ciudadanos y no cambió la estrategia de contención de los contagios, ni de obligaciones sociales. No dejó de hacer giras, de quitarse el cubrebocas, de arremolinar a miles de personas en torno a su figura para hacer campaña electoral.

Ahí está también Jair Bolsonaro de Brasil otro irresponsable con poder que sobrevivió a la enfermedad, pero que no cambió en nada su manera mezquina de ejercer el poder.

Hoy, el deseo sincero es que el Presidente de México se recupere de la Covid-19 pronto y sin mayores secuelas.

Pero también, que cuando lo den de alta y tras este enfrentamiento con la fragilidad humana, sea más sensible ante la necesidad de cuidar a los demás desde el poder. Que deje de pensar tanto en lo político-electoral para que se convierta en un salvador de vidas humanas.

Que pueda identificar que ante los alcances del SARS-CoV-2 no hay adversarios y simpatizantes, simplemente personas vulnerables que necesitan la visión de un estadista más que un jefe de camarilla obstinado con el poder.