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Para todos, transcurrida la pandemia habrá un antes y después. Su impacto ha sido profundo en nuestras mentes, hábitos, trabajo y convivencia social y familiar. Pocas veces se ha experimentado un miedo fundado, generalizado y sin claridad o certeza para superarlo. Muchos seremos distintos, pero ¿seremos mejores?

Como todo en la vida, hay optimistas, pesimistas y escépticos. Cierto es que la convivencia ha sido más intensa, que se ha tenido tiempo para reflexionar muchas cosas. También muchos hemos aprendido a trabajar a distancia; el llamado home office entró exitosamente por la puerta trasera de la crisis sanitaria.

Esto ha llevado a la idea aparentemente generalizada de que después de la pandemia seremos más cuidadosos de los propios, que habrá menos consumismo y derroche. Un mayor aprecio por las libertades, la convivencia y los espacios públicos.

Para los optimistas lo más importante es el redescubrimiento de que la medida de lo fundamental es la salud, el amor a los inmediatos y la responsabilidad con los demás. Importan menos las cosas y más las personas.

Los pesimistas, en cambio, asumen que todo ha sido una pesadilla, que las dificultades generarán sentimientos de rencor y de reclamo. La cohesión social será afectada y poco bueno puede esperarse de eso. En aras de la eficacia social, el Estado ganará terreno contra las libertades personales. La población será más pobre, menos libre y con el temor incubado de que somos más vulnerables de lo que se había imaginado. Los nacionalismos ganarán terreno a partir de que las peores amenazas vienen de fuera.

Los escépticos consideran que el paréntesis no significará modificación sustantiva para bien o para mal. Que las personas atienden a la condición humana y gradualmente las cosas llegarán a la situación que tenían antes.

Creo que lo que mejore o empeore no dependerá de la secuela de la pandemia, sino de lo que las personas y los gobiernos hagamos con voluntad y empeño, identificando lo que no funciona, haciendo a un lado lo que hay que cambiar y adoptando conductas que llegaron para quedarse. La oportunidad de ser mejores está ante nosotros; es a su vez, la llave para abrir la puerta al futuro que nos espera tras la tragedia.