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La verdad sea dicha, el Presidente le abanicó a una bola muy alta queriendo poner en juego el fantasma de un golpe de Estado.

Así lo entendió la afición en el estadio, que recibió la jugada con incredulidad, sonrisas y penosos silencios en el palco de honor del gabinete.

El Presidente rectificó con rapidez, ya que batea por todos y tiene muchos turnos al bat, y trató de darle la vuelta a su ida en banda diciendo que había dicho que era posible un golpe de Estado solo para recordar a los interesados que no es posible un golpe de Estado.

Es decir, le había tirado a la bola alta para probar que no había posibilidad de que le tirara a una bola alta. Pero lo que el Presidente hizo después fue seguirle tirando a bolas malas que él mismo se lanzaba.

En el descarte de su versión golpista, puso tres tuits.

El primero dice que a Madero lo derrocaron porque no supo “apoyarse en una base social que lo protegiera y lo respaldara”. Ay, Madero.

El segundo dice que las cosas son distintas ahora porque “la transformación que encabezo cuenta con el respaldo de una mayoría libre y consciente, justa y amante de la legalidad y de la paz, que no permitiría otro golpe de Estado”.

Vale decir, ahora sí hay líder y sí hay pueblo. Y el golpe de Estado, sugerido por el líder hace unos días, se vuelve imposible por la súbita aparición en el discurso del pueblo, una mayoría angélica:  “mayoría libre y consciente, justa y amante de la legalidad y de la paz”.

El tercer tuit dice: “Aquí no hay la más mínima oportunidad para los Huertas, los Francos, los Hitler o los Pinochet. El México de hoy no es tierra fértil para el genocidio ni para canallas que lo imploren”.

En mi cuenta de dictadores que no queremos aquí faltan al menos Lenin, Stalin, Mao y, en América Latina, Castro, Chávez y Maduro, verdaderos destructores de la libertad y la prosperidad de sus países. Hasta los buenos bateadores tienen malas rachas al bat. Creo que el Presidente pasa por una.