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La última vez que la economía mexicana cayó como lo hizo ahora en el tercer trimestre de este año fue en aquel momento en el que el mundo entero vivía una gran recesión global. En nuestro país, como añadidura terrible, enfrentábamos una crisis derivada de una cepa viral que grabamos en nuestras mentes como el H1N1.

Wall Street se derrumbaba, los grandes bancos estadounidenses quebraban, las empresas más emblemáticas de ese país tenían que ser rescatadas con recursos públicos. Europa entraba en recesión y los precios de las materias primas se derrumbaban y con ellos las economías emergentes.

México fue en esos trimestres un pasajero más de una crisis mundial. Una que no se ha repetido y que eventualmente podría regresar en algún momento futuro, porque la economía funciona por ciclos y los mercados financieros parece que no aprenden de sus errores.

Hoy el mundo no está en una crisis como la de hace 10 años. Sin embargo, sí hay que ver que el contexto externo poco ayuda a una economía en la que las decisiones gubernamentales no han sido las mejores para mantener un dinamismo.

Es un hecho que la actividad comercial global se ha deprimido, inevitablemente la guerra comercial entre China y Estados Unidos y, en general, las medidas proteccionistas que ha impulsado el gobierno de Donald Trump han frenado la inversión, la producción y el consumo globales.

Pero, aunque no sea un momento deslumbrante de la economía mundial, tampoco habría suficientes elementos para culpar al mundo del estancamiento mexicano.

Entre enero y septiembre de este año, la economía mexicana creció 0%, nada, ni un poquito. Y mucho tienen que ver las malas decisiones de la 4T. Desde la cancelación del aeropuerto de Texcoco, el congelamiento del gasto público, su redireccionamiento hacia programas asistencialistas, el poco gasto productivo. Hasta el discurso y las acciones amenazantes y poco empáticas con la inversión privada.

Este año está perdido y el arranque del 2020, también. Los datos de inversión fija bruta no dan indicios de que haya apetito en el sector privado para generar plataformas de crecimiento.

Y del gasto público, ni hablar. Además de estar condicionado por expectativas muy optimistas de crecimiento económico para el 2020, el objetivo del gasto no es compatible con la generación de más riqueza.

O lo que es lo mismo, los empresarios tienen cerrada la cartera y el gobierno está gastando mal, y es posible que no le alcance.

No se le ve ninguna intención al presidente Andrés Manuel López Obrador de cambiar el rumbo. Insiste con los otros datos y los principios exitosos de su economía moral.

No parece haber más camino que mantener la pérdida de crecimiento durante el próximo año. Lo que hay que suplicarles a las autoridades de la Secretaría de Hacienda es que, a la callada, sin hacer mucho aspaviento en los pasillos de Palacio Nacional, para que no despierten a la bestia, mantengan lo más posible la disciplina fiscal.

Calladitos, que vayan ajustando el gasto a la realidad de una recaudación que será menor y que cuiden que no se aumenten los desequilibrios macroeconómicos y la deuda pública.

Poco pueden hacer con las herramientas que tienen para evitar un crecimiento que será muy bajo. Al menos que protejan la muy frágil estabilidad financiera que aún nos queda.