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Es un chiste viejo. Tan viejo que no recuerdo, bien a bien, cómo es la historia. Sólo recuerdo el final y la circunstancia que lo generan; lo cual es suficiente y va bien con lo que quiero decir en esta columna. Va la anécdota arreglada por este redactor:

A una festiva reunión asiste un matrimonio que recién había regresado de un viaje al África. La señora volvió normal pero el marido que, sin ser un Adonis, no era feo cuando emprendieron el viaje, retornó más horrendo que la letra de un médico con mal de Parkinson. El desagradable rostro del hombre fue lo que acaparó la atención en la velada. Hasta que por fin, al parecer, el dueño de la casa, o el festejado, o el más osado de los asistentes, se atrevió a preguntarle al antiestético caballero cuál era la causa de su horripilante semblante.

Pues, amigos, —dijo el horroroso— como ustedes saben mi esposa y yo hicimos un viaje turístico al continente africano. Primero estuvimos en Marruecos, Argelia, Libia y Egipto, hasta ahí las cosas iban muy bien. Pueblos cordiales y viajes con todas las comodidades. De Egipto pasamos a Sudán y después a Etiopía; fue muy interesante conocer África ecuatorial. Proseguimos el viaje por Uganda, Kenia y Ruanda. Así llegamos a Tanzania donde existen aproximadamente 120 tribus diferentes. Aquí el señor comenzó a aburrir a la asistencia mostrando sus conocimientos sobre las tribus tanzanas, su cultura, costumbres e idiomas: que si los Masai, que si los Bosquimanos, que si los Datoga. La esposa que se percató de cómo la plática de su marido, que no tocaba el tema de la fealdad, perdía interés entre los comensales de plano le dijo: Mi amor, déjate de historias y cuéntales cuando le mentaste la madre al brujo.

El final de la historia, a la que le compuse la narrativa, vino a mi memoria a propósito de la situación por la que atraviesa nuestro país ante la demencial medida tomada por el Twitter más rápido del Oeste, el enajenado Donald Trump, quien amenaza a nuestro país con subir los aranceles de todos los productos que México exporta a Estados Unidos, como medida de presión, por no eliminar la inmigración de Centroamérica al país vecino del Norte. La amenaza del güero color naranja —quien pudiera partirle su mandarina en gajos— se hará efectiva a partir del día 10 de junio y será del 5% hasta el 1 de julio cuando, de seguir México apoyando a los migrantes, subirá el arancel al 10%, siendo del 15% a partir del 1 de agosto, del 20% en septiembre y del 25% del 1 de octubre en adelante.

Como lo advirtieron el día de ayer en El Economista Lilia González y Roberto Morales, después de consultarlo con las organizaciones empresariales líderes vinculadas con el comercio internacional de Estados Unidos, con los aranceles sobre las importaciones mexicanas, anunciados por el presidente Trump, éste le da un balazo en el pie a su propio país; porque el empresario, con el ego más grande que el One World Trade Center de Nueva York, no entiende que la imposición de impuestos termina por recaer en los consumidores del país que impone éstos. O si lo entiende y sabe, a él sólo le interesa salvar su trasero ante la posibilidad de un juicio político por obstrucción de la justicia —Informe Mueller— y lo complicada que luce su campaña de reelección.

Pero si le dio un balazo en el pie a su país, al nuestro se lo dio en la pierna y con un calibre mayor porque al imponer un arancel a todos los productos provenientes de México es posible que éstos sean, debido a un precio mayor, sustituidos por productos de otras latitudes lo que implica perder mercado. También el tributo impuesto a los productos mexicanos incidirá en las inversiones extranjeras que sienten que, por su frontera de 3,185 kilómetros con Estados Unidos, el nuestro es un país trampolín para conquistar la economía más poderosa del mundo. Por último la guerra comercial favorecerá al más fuerte. Tomemos en cuenta que con sólo anunciar las medidas impositivas gringas nuestro peso se desplomó 2.3 por ciento.

La carta enviada por nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador en la que rehúye la confrontación y en la que propone “la cooperación para el desarrollo y ayudar a los países centroamericanos con inversiones productivas para crear empleos y resolver de fondo este penoso asunto” es el mejor camino para lograr un arreglo sin que impere la violencia. Sólo siento que sus citas de personajes históricos salen sobrando si consideramos que el destinatario es punto menos que un analfabeta funcional al que poco le interesa la historia.

Considero que en la actual coyuntura sería importante cimentar relaciones y crear acuerdos con otras naciones como China, Japón, India, la Unión Europea y el resto de Latinoamérica, porque con la difícil geografía que nos tocó padecer necesitamos solidaridad y ayuda para encarar con dignidad la animadversión, la xenofobia y la locura del señor Donald Trump.

Por todo lo aquí razonado más vale irse con pies de plomo en las reclamaciones hacia el racista y enajenado presidente vecino del Norte, debido a que, como cuenta la historia inicial de mi escrito, es peligroso mentarle la madre al brujo.