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Según las carpetas de investigación de la Procuraduría General de Justicia (PGJ), en los tres últimos años, ha sido la alcaldía Cuauhtémoc la de mayor incidencia delictiva de la Ciudad de México. Esta repercusión delincuencial corresponde a la trasgresión de la ley por parte de los seres humanos. En contraste, en lo que corresponde al rubro de animales y, concretamente, al sector canino, aunque no se tienen datos precisos porque los animales no son sujetos de la ley, Cuauhtémoc, creo yo, debe ser la alcaldía con el menor número de faltas cometidas por el ramo perruno.

Afirmo lo anterior porque la semana pasada tuve constancia de que dos miembros de la policía preventiva asignados a dicha alcaldía, esforzados agentes sin miedo al peligro, con rigor luchan contra el delito animal –si lo hubiere. A través de las redes sociales supimos de la hazaña realizada por estos dos agentes del orden, uno de ellos de apellido Lara. En la Plaza Río de Janeiro, Colonia Roma, donde está ubicada una fuente con una réplica del David de Miguel Ángel, un perro de raza Golden, Darwin de nombre, motivado por el alto grado de calor que padecemos en la capital se metió a remojar su peluda piel.

Pero para impedirlo ahí estaban, dispuestos a todo, estos policías celosos de su deber quienes valientemente detuvieron al infractor y a su compañero de raza llamado Shaswil –posible cómplice. Ambos canes fueron subidos a la patrulla y con ellos su irresponsable dueña, una joven mujer, bióloga de profesión y que responde al nombre de Blanca. Presente en el lugar, grabando la hazaña policiaca, se encontraba el esposo de la señora bióloga quien pidió acompañar a su mujer a donde la llevaran. Uno de los dos ejemplares guardianes le respondió que él no podía subir al vehículo porque “la patrulla no es taxi”. Cuando el hombre protestó: “No se pueden llevar a mi esposa así nada más”; el patrullero contestó categóricamente: “claro que sí”, sin especificar la falta por la cual fueron detenidos ella con los dos perros o los dos perros con ella.

Según platicó, posteriormente, la señora Blanca, los llevaron al Juzgado Cívico 5, en el trayecto los gendarmes motorizados se quejaban de que los perros podían llenar de pelos y ensuciar la unidad. Hasta que llegó un momento donde los genízaros de plano se descararon y le dijeron a Blanquita: “Entonces qué, güerita, ¿cómo quiere que nos arreglemos?”. Expresión con la que ensuciaron la patrulla, su uniforme y, de pasadita, a la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México –una mancha más al tigre.

Tras de estar detenidos 13 horas en “El Torito” –hubiera sido mejor en “La Perrita”- y pagar una multa de 850 pesos, la bióloga y sus dos animalitos fueron puestos en libertad –según informó Javier Garduño de ADN 40.

Me imagino que Darwin, el perro presunto culpable pudo haber alegado a su favor que como su nombre lo indica él es evolucionista y por esos días estaba evolucionando de Golden a Perro de aguas, de ahí la necesidad de zambullirse aunque fuera en una fuente. Pero claro, los perros no hablan por más que ahora hasta un canal de televisión (DOGTV) tienen exclusivamente para ellos.

Al terminar la surrealista aventura, ya más tranquila, la señora Blanca, la bióloga, narró lo siguiente: “En el Juzgado Cívico 5, los uniformados me presentaron con una juez –me imagino que con todo y perros-, no había médico legista” –mi hijita, por favor si no hay médicos en el Seguro Social ya parece que va a haber en un Juzgado, además si el transgresor es un perro debería examinarlo un veterinario. Prosigo con el relato: “me sacaron de ahí y me llevaron al Juzgado número dos –imagino que ese es el nombre técnico del popular Torito. La sanción que merecí fue, según me dijeron, porque yo habría infringido la ley al haber modificado el uso de las áreas urbanas”. Imagínense ustedes, si la señora Blanca merece una sanción por el hecho de que su perro “modificó” el uso de una fuente al convertirla en un efímero chapoteadero canino, qué penalidad merecerá el doctor Miguel Ángel Mancera que modificó calles, glorietas y esquinas llenándolas de tubitos que convirtieron el de por sí lento tránsito vehicular en la ciudad en un auténtico desmadre.

La Placa

A una finca rural llega un agente de la Policía Federal y le dice al dueño que su inmueble es objeto de una investigación, por lo cual lo va a inspeccionar. El dueño le pregunta si tiene alguna orden de cateo. El agente, prepotente, muestra su placa que lo acredita como policía federal: “la placa me da derecho de meterme donde sea necesario y hacer lo que se me pegue la gana”. El dueño sólo le pide que no pase por el terreno cercado. El federal le expresa que él puede pasar por donde quiera porque para eso trae su placa.

El dueño de la finca dejó que el policía hiciera su trabajo que comenzó, exactamente, por el terreno cercado.

Pasado un rato el hombre escucha gritos del Federal que está corriendo delante de un bravísimo Rottweiler que está a punto de alcanzarlo. El policía pide auxilio: “Su perro me va a morder”. Enséñele la placa –fue la respuesta del dueño.

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