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Vi de un tirón la serie Narcos México, toda una mañana de domingo, sin poder despegarme de la invitación al siguiente capítulo.

Me había pasado lo mismo con la serie previa, Narcos, dedicada a la catástrofe colombiana, tan anticipatoria de la nuestra.

Sucede con estas series lo que en ninguna otra que yo haya visto sobre el manido tema: los narcos comparten papeles estelares en el ciclo catastrófico del narcotráfico con sus perseguidores: la embajada estadunidense y los agentes de la DEA (de la CIA también, en el caso colombiano).

La causa eficiente de ambos desastres nacionales es la actividad de estos agentes y la presión continua de la embajada estadunidense sobre los gobiernos locales para que persigan, arrinconen, detengan o maten a los terribles narcotraficantes que viven, bajo la presión, su propia historia loca de ambición, crueldad, dinero y sangre.

Ambas series están narradas, con ironía y eficacia, precisamente por agentes de la DEA. Al menos la mitad de la trama da cuenta de la vida de estos agentes y de su febril persecución, sus labores de inteligencia a menudo ilegales, sus acciones coordinadas o escondidas respecto de los gobiernos con que colaboran.

Son claras la corrupción y la correspondiente falta de urgencia de funcionarios, policías, soldados para perseguir a los narcos con la intensidad perruna que exigen sus imperiosos visitantes.

A juzgar por las consecuencias de la persecución en ambos países, y en ambas series, quienes tenían razón desde el inicio en aquella guerra eran quienes no querían librarla, quienes no veían en el narcotráfico la ballena blanca del capitán Ahab, el símbolo del mal que había que matar, sino simplemente una realidad de mercado en la que, bien visto, todo era ganancia: para los narcos, para sus cómplices locales, para sus socios estadunidenses y para los consumidores.

La violencia vinculada al narcotráfico que ha hecho la desgracia de los dos países empieza con la persecución y la presión estadunidense.

En el caso colombiano la persecución conduce por un momento a la casi destrucción del Estado; en el caso mexicano, al estado de violencia sin fondo que padecemos.

Las series ponen el punto en su lugar. Nada ha hecho tanto daño en esto como la injerencia estadunidense.