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El Muro de la Hermandad
Enrique Chiu.

Se yergue a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, una línea divisoria que tiene más de tres mil ciento cuarenta y cinco kilómetros de extensión, de la cual ya hay unos mil cincuenta km. de muros y vallas separando ambos países, en forma de un lienzo, que no debería de existir.

Toca en forma de recordatorio, a todas las sociedades que viven en medio de políticas divisorias. Un aviso doloroso de un éxodo apurado por el hambre, la pobreza y la violencia. Símbolo de todo aquello que mina nuestra humanidad, avergonzándonos de nuestros alcances.

Una muralla perfilando el testimonio de esa asimetría entre norte y sur en cada país. Entre el color de la piel, las creencias religiosas y la política. Entre la dura diferencia en términos sociales y un lenguaje que habla de pobreza. ¿Quién puede arreglárselas con mucho menos de US $5.50ºº diarios? TRES MIL CUATROCIENTOS SESENTA MILLONES de personas. ¡Una cifra vergonzosa que clama al cielo!. En términos globales, un terrorífico 48.4% de la población mundial.*

Con dolor desgarrador esta franja divisoria, es símbolo de la peor ignominia; cruza  a palmos un territorio extenso, marca los cimientos de tanta diferencia. Cada centímetro manifiesta dolor, en términos de fragmentación, juicio y humillación. Es denuncia en el discurso de las diferencias, de las fracciones, de nuestra avasalladora capacidad de destrucción. Lleva en sus entrañas las razones de por qué el mundo se convulsiona. Tiene la impronta en cada metro levantado, compareciendo en él, la manifestación de todo lo que nos empantana.

Es delación para cada acto que no lleva tintes de amor. Nos reclama el daño que nos infligimos  unos a otros. Un recordatorio de cómo peyorativamente usamos símbolos y la belleza del lenguaje para desvirtuarnos, gestándose con el impulso del odio.

Como decir con fuerza que  el muro es de todos, de cada ser humano sobre el planeta que vive hoy y del que no ha nacido. Para algunos queda lejos, otros escuchan de su existencia por alguna noticia, pero lo que es un hecho es que no hay forma de librarnos de su aterrador significado.

Un proyecto parecido se llevó a cabo en el muro de Berlín en 1990, cuando la Asociación Federal de Artistas (BBK) y la Asociación de Artistas (GDR) hicieron un proyecto de mil 300 metros en la cara Este de restos salvaguardados del muro. Y artistas de todo el mundo viajaron para dejar plasmados 103 murales homenajeando la libertad.

Ahora en Tijuana desde 2016, es obra colectiva desmenuzada con brocha, una narrativa intentando transformar el rechazo, el racismo y la incomprensión con una sola voz que pidió permiso al gobierno americano para pintarlo sin contestación. Logró después  que el  Departamento de Migración de México, le dijera: “Te vamos a dar el permiso de que pintes el muro, pero solamente del lado mexicano, el lado de Estados Unidos no lo puedes tocar”; Enrique Chiu dejó claro: “No se preocupen, realmente estoy pintando del lado que sólo se necesita pintar. Y es que con el arte se puede cambiar el mundo”.

Conocí a Enrique Chiu porque un día me dio por escribir sobre lo que hace en  la frontera. Su “Muro de la Hermandad”, cobró interés en mi, en una conferencia impartida por Lic. Antonio Velasco Piña y me di a la tarea de buscar todo lo que se había publicado sobre él.  En un interés de ayudarlo a través de la fundación en la que colaboro llamada Guadalupe Madre Tierra, nos dimos a la tarea de juntar artistas y viajamos a Oaxaca con el fin de sumar esfuerzos en tan encomiable proyecto. Conocí de su boca el comienzo del proyecto, sus esfuerzos por comprar los litros de pintura para empezar a pintar. Y lo hizo primero solo y poco a poco se fueron juntando nuevas manos.

Propone una revisión sobre nuestra devastación del entorno, enseñando que somos mucho más que nuestra inconsciencia rapaz, a cada pincelada. Busca abrir el corazón, enseñando una radiografía, mostrando el desconsuelo de todo lo que nos falta por evolucionar.

Ha querido cambiar todo el simbolismo doloroso que vive en las entrañas de un muro que daña hasta las especies endémicas, por un discurso bañado de color, dándole un sentido de vida, donde no hay cabida para líneas divisorias. Un mensaje de universalidad, que nos pone ahí donde abrir el corazón, nos hace uno con la raza humana.

La enorme pared, toma formas que hablan de la vida cotidiana, de los sueños, anhelos y emociones. Aquellos espacios delineados en forma de desiertos, montañas valles y del profundo simbolismo qué hay por detrás del agua. Cada especie, cada amanecer y anochecer que habla en silencio de belleza y de nuestra capacidad por sorprendernos y agradecer. Ésta es una forma de celebrar el legado amoroso que hay en lo profundo de este ser humano tan inacabado, transformando una atrocidad en algo bello a lo largo de la frontera.

El muro es, y cientos de litros de pintura ya son manifiesto de esta denuncia, pero si es más alto y más grande, el artista lo transformará entonces en el mural más grande del mundo, con dieciocho mil metros cuadrados de color, convirtiéndolo en un lienzo, en el que virtuosos del pincel, ciudadanos de a pie, personas con discapacidad, se unen a la iniciativa que ha desplegado un llamado más allá de lo imaginable.

Así llegan residentes que habitan del otro lado del mundo, se suman con talento a borrar las líneas de un nacionalismo absurdo que va perdiendo sus fronteras. Manos mexicanas envueltas en artistas conocidos y otros que no lo son tanto;  japoneses, alemanes, de Nueva Zelanda y España, sumando a más de seiscientos quienes se han movilizado por la causa del “Muro de la Fraternidad”.

¿Será que mostrando este lenguaje que habla de esperanza y posibilidad se vuelva un fundamento para comenzar a rectificar y redirigirnos con nuevos bríos?

Las noticias muestran estos días los migrantes de la caravana cruzando, saltando. Enrique en cada metro pintado más allá de sus colores y formas, lleva un mensaje de unión, de esperanza. Una dicotomía que devela el racismo y la discriminación aumentada, pero al mismo tiempo la creciente manifestación de posibilidad y resistencia.

Transforma la brutalidad, en pinceladas que conllevan un leguaje de amor. Mensajes de aliento para quienes están cerca y obras gigantes con parajes hermosos, para quienes lo ven de lejos. Y es que muchos hablan sobre migración, pero pocos realmente saben lo que significa.  Ser testigo de la gente deportada, mirar familias dormidas en arbustos en verdad es desgarrador.

“Si me ponen otro muro, me están dando espacio para pintar con más ganas, le sumas más color, le sumas más artistas”….

Las imágenes se quedan ahí; son renglones tejidos en el tránsito por volvernos aquello para lo que fuimos creados. Este ser humano que si se hermana, se vuelve un ciudadano del mundo, cuidando y respetando su entorno. Borra las fronteras, esta consciente sobre cada acto que realiza, entendiendo cómo afecta a todos. Cuida cada palabra, porque sabe la fuerza que conllevan. Siembra y cosecha y no pierde el tiempo construyendo cosas que nos separan.

Ahí radica nuestra fuerza, nos vuelve uno con la colectividad, rescata aquello enraizado por naturaleza en belleza y amor, por más que nos empeñemos en lo contrario.

DZ

*https://vanguardia.com.mx/articulo/vive-casi-la-mitad-del-mundo-con-550-dolares-diarios

http://gmadretierra.org

Euge, gracias por tu paciencia y por tu cariño en la corrección de este texto.

facebook.com/dlauci.zomeg