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Retorno al tema que dejé inconcluso el pasado martes: La robotización y automatización de los empleos que en los próximos 15 o 20 años, según predicciones de los académicos de la Universidad de Oxford, Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, reunidas en el libro ¡Sálvese quien pueda! del escritor argentino y periodista Andrés Oppenheimer, causarán en el mundo un desempleo, aproximadamente del 47%. El escritor Oppenheimer, coganador del Premio Pulitzer en 1987 junto con el equipo editorial del diario The Miami Herald, por el descubrimiento del escándalo Irán-Contras, también comunica experiencias propias y de otros estudiosos de la materia, lo que hace de su texto un libro muy interesante.

Llama la atención que entre los trabajos con una tendencia muy fuerte a desaparecer (97%) se encuentra el de los meseros o camareros. Para cerciorarse de las teorías respecto a la robotización de los trabajos, el también conductor del programa de CNN en Español, Oppenheimer presenta, viajó a varias partes del mundo, entre ellas a Japón, país donde la automatización laboral ya es una realidad. Se hospedó en un hotel de la cadena Henna, la primera en el mundo cuyos hoteles son operados por robots. El registro, la bienvenida y hasta la asistencia personal —un aparato en cada habitación— es proporcionada por máquinas computarizadas. Cuando en un momento determinado don Andrés requirió de ayuda humana, sólo apareció una joven japonesa, la cual le expresó que en ese momento en el hotel sólo había dos seres humanos, el administrador y ella.

No se trata de alarmar a nadie pero entre las profesiones con inclinación hacia la desaparición, cuando menos de la forma con las que se ejercen hoy en día, están las de los médicos: la medicina va a dejar de ser una práctica basada en la experiencia y el olfato profesional de los médicos y se convertirá en una ciencia basada en datos proporcionados por máquinas inteligentes.

También —afirma Oppenheimer— los robots están realizando cada vez más trabajos en los despachos de abogados. Plataformas en línea como LegalZoom y Rocket Lawyer ofrecen servicios de escrituración, contratos civiles y hasta convenios de divorcio a precios sustancialmente más baratos que el de los bufetes.

El libro es ciento por ciento recomendable. A través de sus bien escritas páginas nos enteramos que ya hay robots maestros dictando clases —no pertenecen a ningún sindicato—. La robótica avanza de manera tan dinámica que hasta los soldados mitad humanos, mitad robots, como los que veíamos en las películas de Arnold Schwarzenegger, podrán convertirse en realidad. (Serán más simpáticos y con nombres fáciles de pronunciar).

Por supuesto que el autor da recomendaciones para colocar el tema de los desafíos sociales surgidos por la automatización del trabajo en el centro de la agenda política cuanto antes para que la transformación no nos tome de sorpresa ni cause conflictos sociales. Suscribe la opinión de los economistas Michael Mandel y Bret Swanson, quienes pronostican: “No habrá desempleo, sino un boom del empleo”.

Más adelante el periodista expresa que su profesión será de las más afectadas por la automatización. Basa su afirmación en el tsunami que surgió con el nacimiento del Internet y que barrió miles de empleos cuando la gente tuvo oportunidad de leer noticias de manera gratuita. También hace un recuento de cómo la paginación electrónica ha dejado sin trabajo a los diagramadores de los periódicos; de cómo Google acabó con los archivistas y como merced a Google Translate, cada día se ocupan menos traductores.

Sin embargo, de manera personal, considero que la automatización jamás acabará con los periodistas, columnistas y reporteros, de estilo propio, de fuerte personalidad creativa. Esos son insustituibles. Lo mismo opino de los caricaturistas.

Los meseros, la comunidad de la que escribí al comienzo de esta columna y que según el periodista insustituible Oppenheimer, será (es) de los primeros gremios en desaparecer, creo que en México su reemplazo no va a prosperar. A ver, pídanle a un robot: Tráigame otros dos de maciza con cuero gordo, con harta salsa verde, sin cebolla y con doble tortilla.

Es una verdadera lástima que los políticos no puedan ser robotizados. Si fueran posibles los programaríamos para trabajar, incansablemente, sólo por el bien del país. Los haríamos refractarios a las grillas y a la vida de lujo. Para no errarle, los fabricaríamos sin manos.

Tal vez sea porque el libro está pensado, en primera instancia, para el público de Estados Unidos, pero éste no nos dice nada respecto al futuro de una cofradía que en nuestro país forma parte de la vida familiar: las empleadas domésticas. ¿También serán sustituidas por robots computarizados con facilidad de palabra para contar los chismes del vecindario? Imagino lo siguiente: Una reunión de señoras en las que cada una de ellas habla de su empleada computadora doméstica.

—La nuestra, como Arturo la compró en Estados Unidos, no sólo hace todas las labores de la casa sino que ayuda a los niños en su tarea de inglés.

—En cambio la mía es del país y los domingos como por arte de magia deja de funcionar.

—Pues la de nosotros salió peor, Nicandro la compró en la Plaza de la Computación, yo creo que es pirata porque desde que la tenemos se están perdiendo cosas en la casa.