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Fue un momento particularmente loco. La bancada de Morena, que es mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, tomó la tribuna para interrumpir la sesión y exigir un punto de acuerdo que exhortaba a las autoridades a suspender las evaluaciones educativas mientras se cambia la ley respectiva.

Es decir, un exhorto del Poder Legislativo a no cumplir la ley. La verdad es difícil entender, no la oposición, sino la inquina, con que las bancadas de Morena en el Congreso ven la reforma educativa de estos años.

El jefe de la bancada en la Cámara de Diputados, Mario Delgado, un hombre inteligente y razonable, que en su momento votó a favor de la reforma, llegó al extremo de decir que no quedará de ella “ni una coma”.

Me pregunto cuáles son las comas que le molestan, pero me pregunto sobre todo de qué está hablando y qué es en su cabeza todo eso que quiere demoler.

La iniciativa de ley propuesta por el senador Martí Batres, presidente de la Mesa Directiva del Senado, da una idea de lo que el nuevo gobierno electo y sus legisladores quieren cambiar.

La propuesta de cambio tiene que ver al final con un solo asunto: la evaluación. El Congreso morenista está contra la evaluación a los maestros, lo que ellos llaman “evaluación punitiva”, es decir, que un maestro pueda perder su plaza o no conseguir su mejora profesional si reprueba las evaluaciones correspondientes.

No sé si los enemigos de la “evaluación punitiva” dentro del magisterio tengan suficientemente claro que su trabajo como maestros tiene uno de sus mecanismos fundamentales en que ellos evalúan a sus alumnos, los aprueban o los reprueban. Y que en esa evaluación está la esencia misma de la verificación del proceso de enseñanza y aprendizaje, la esencia misma de su profesión y del servicio que le prestan a su comunidad: enseñar y asegurarse de que sus alumnos aprendieron.

Llego a este punto y entiendo que estoy hablando de un asunto por completo ajeno a las razones de la ofensiva de Morena contra la evaluación educativa, y a la pasión con que quieren removerla hasta la última coma.

Me temo que no están hablando de educación ni de cómo mejorarla, sino de otra cosa, de clientelas magisteriales, y de que están decididos a destruir una cosa por la otra.

La verdad, no entiendo ni su razón ni su rabia.