Cuando hasta me propuse aprender ruso por suponer que el proletariado del mundo construía su paraíso en la Tierra con la desaparición del Estado (pasando por el socialismo y el comunismo en sus distintos laboratorios), para tratar de entender el destino de la humanidad me hice de una bibliografía tan amplia que incluye, y guardo … Continued
Cuando hasta me propuse aprender ruso por suponer que el proletariado del mundo construía su paraíso en la Tierra con la desaparición del Estado (pasando por el socialismo y el comunismo en sus distintos laboratorios), para tratar de entender el destino de la humanidad me hice de una bibliografía tan amplia que incluye, y guardo como tesoro, la decena de tomos con las Obras completas de Kim Il-sung (editada en español y un titipuchal de idiomas por la Editorial Progreso de Moscú).
(Antes de provocar compasión, aclaro que por fortuna jamás me aventé la puntada de leerlas).
Esta exposición a la vergüenza pública viene a cuento por el penoso pero irrefrenable morbo (proclividad a lo desagradable, lo cruel o lo prohibido) que me provoca el fervor de algunos mexicanos por el nieto de aquel autor, el descocado Unabomber de Asia Kim Jong-un.
Me divierte mucho imaginar a los paisanos petistas y morenistas llorando desde ayer la expulsión del embajador de Corea del Norte (huraño y hosco, por cierto), quien a más tardar este sábado tendrá que reintegrarse a su escalofriante gobierno.