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El próximo domingo se conmemorarán 106 años del inicio de la Revolución Mexicana. El objetivo original del movimiento revolucionario fue el derrocamiento del general Porfirio Díaz y su momificado régimen. Si bien, don Porfirio había sido héroe nacional durante la lucha contra la intervención francesa, la prolongación de su estancia en la Presidencia de la República provocó el hartazgo de la sociedad mexicana en la alborada del siglo XX.

La revolución frustró el sueño del octogenario mandatario de morir con la banda presidencial como mortaja. (Un informe extraoficial, no consignado por ningún historiador, notifica el hecho de que el dictador, de manera precautoria, debido a lo avanzado de su edad, ya había encargado el diseño y fabricación de una silla presidencial de ruedas).

Don Porfirio se disponía a reelegirse por séptima vez consecutiva para el periodo 1910-16 cuando sus intenciones fueron atajadas por un pequeño burgués -1 metro 48 centímetros de estatura- de nombre Francisco I. Madero. (Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la enigmática I de su nombre, unos dicen que es la inicial de Ignacio y otros que es la de Indalecio. El historiador Jean Meyer en su libro La Revolución mexicana comenta que la I. “era la inicial de inocente, según la ironía de sus enemigos”. Hasta hace relativamente poco tiempo, Vicente Fox creía que Francisco I. Madero había formado la primera pareja presidencial mexicana).

Una alianza entre los partidos Nacional Antirreeleccionista y Nacionalista Democrático lanzó la candidatura de Francisco I. Madero a la Presidencia. El porfirismo obstaculizó la campaña de Madero, al grado que el 5 de junio de 1910 fue detenido en Monterrey, Nuevo León. Acusado de sedición, fomentar la rebelión, insultar a las autoridades y ser un peligro para México, fue trasladado a San Luis Potosí, donde permaneció preso hasta el 5 de octubre. Para entonces ya don Porfirio había ganado la reelección, triunfo que el Congreso ratificó en septiembre. Madero, libre bajo fianza, se trasladó a San Antonio, Texas. (Para pasar la frontera contrató los servicios de un pollero especializado en el traslado de indocumentados ilustres).

Durante su estancia en los Estados Unidos, se dedicó a redactar lo que se conoció como el Plan de San Luis: una convocatoria al pueblo de México a levantarse en armas para desconocer la reelección de don Porfirio. En éste se proclamaba que la fecha para iniciar el levantamiento armado sería el 20 de noviembre a las 6 de la tarde. Con esto el señor Madero ponía sobre aviso a la policía de don Porfirio, le daba el santo y seña de la conspiración, le proporcionaba no sólo el día, sino hasta la hora de la insurrección. Don Panchito era un hombre bueno, ingenuo y bien intencionado, y ya lo dice el refrán: Caballo demasiado grande tira a penco, mujer demasiado coqueta tira a puta, hombre demasiado bueno tira a pendejo.

Pese al error del políticamente párvulo Madero, como resultado de su Plan que promulgaba la no reelección y la restitución a los campesinos de las tierras que les habían arrebatado los hacendados, comenzaron a surgir levantamientos armados en el país, comandados por Pascual Orozco y Pancho Villa en el norte y Emiliano Zapata en el sur.

Los triunfos militares de los insurrectos, sumados a la edad del dictador, produjeron que el 25 de mayo de 1911 don Porfirio, que ese día sufría un fuerte dolor de muelas, renunciara a su cargo. La mañana del 31 del mismo mes, acompañado de su familia y a bordo del buque portugués Ipiranga, José de la Cruz Porfirio Díaz Mori partió a Francia en busca de un buen dentista.

El gobierno interino de Francisco León de la Barra convocó a elecciones. El 6 de noviembre del 2011 Madero fue electo presidente de la República, lo que, según Paco Ignacio Taibo, hizo que su hermano Gustavo dijera: “de todos los Madero, fueron a elegir presidente al más tonto”. Don Francisco gobernó con desacierto durante 16 turbulentos meses. El 22 de febrero de 1913, murió asesinado, víctima de intrigas y traiciones.

Degeneraciones

A partir de la muerte del ungido “Apóstol de la Democracia”, la Revolución Mexicana se convirtió en un catálogo de traiciones, festín de sangre, desahogo de rencores, cuna de ilegalidades, gestión de impunidades; que produjo un millón de muertos y que con la fundación del Partido Nacional Revolucionario, “degeneró en gobierno” según le dijo el pintoresco capitán Juan Trujillo, a su jefe el general Manuel Macario Diéguez.

“Ya se están muriendo todos/ ¡Jesús, qué desilusión..!/ se está volviendo gobierno/ ¡Ay Dios..! La revolución”. Escribió el gran Renato Leduc.

La revolución degenerada en gobierno produjo al Partido Revolucionario Institucional, cuna de políticos embaucadores y ladrones -marranos pero no trompudos-; sufrió otra degeneración entre los gobiernos de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas: la abolición de sus desgastados -por el uso demagógico- principios, la irrupción de la ineficaz tecnocracia y el advenimiento de múltiples pandillas de políticos ladrones y trompudos, cuya última camada acabamos de padecer: Los Duarte, el gordito en fuga y el otro; los Moreira, Rodrigo Medina, Fidel Herrera, Tomás Yarrington, Roberto Borge e ítem más: la más descarada corrupción. En eso es en lo que degeneró el movimiento que conmemoramos el próximo domingo.