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Por el título de esta columna se podrá pensar que en ella voy a tocar el tema de los políticos. Si nos basamos en las dos primeras acepciones que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española le da al sustantivo cinismo y que son: 1.- Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables. 2.- Impudencia, obscenidad descarada; ambas definiciones nos llevan de manera directa y sin escalas a los hombres de la política, no a todos, pero sí a algunos; por ejemplo, a .01% de miembros del PRI —Ochoa Reza, dixit— y a otros de los demás partidos que si bien no sabemos con exactitud cuántos son, no necesitamos ser el Inegi para asegurar que crecen exponencialmente de un sexenio a otro. También en la Iniciativa Privada existen personajes que responden a las dos definiciones que nos proporciona el mamotreto de la RAE.

Escogí el cinismo como tema a partir del tercer significado que el precitado diccionario le da a este sustantivo: Doctrina filosófica que expresa desprecio hacia las convenciones sociales y las normas y valores morales. (Cuando las normas no son justas y los valores son pura hipocresía —agregado por cuenta del que escribe).

El cinismo fue una escuela filosófica fundada en Grecia, en la segunda mitad del siglo IV aC; según el Diccionario Etimológico de Corominas, cínico viene del griego kynós: perro. La denominación se les atribuyó a los filósofos cínicos por su ascético modo de vida. (En México tuvimos un cínico que prometió defender el peso como un perro).

El fundador de la escuela cínica fue el griego Antístenes, del cual no tengo ni la menor idea porque este dato lo acabo de sacar de Wikipedia. Siempre creí, desde que estuve en la preparatoria, que el mero “sácale punta” de los cínicos fue Diógenes.

Varios factores se conjugaron para que mi colaboración de hoy tratara sobre este asunto, uno es que estoy leyendo la Historia de la filosofía sin temor ni temblor del maestro Fernando Savater. Otro es que lo único que se me ocurrió desde la mañana hasta el mediodía fue ponerme a ver el futbol. Y todo para que la Selección olímpica mexicana fuera eliminada.

De regreso al tema, la escritura del filósofo Savater es muy agradable y de fácil comprensión, trascribiré algo relacionado con Diógenes y el cinismo: “Pero qué pasa cuando la democracia desaparece y cuando ser <> no significa nada más que vivir sometido a un poderoso Dueño o a sus intrigantes servidores? Pues entonces, muchos de los que antes fueron buenos ciudadanos deciden que ya no vale la pena intentar seguir siéndolo. Y si alguien ya no cree en la política o en los valores de la sociedad en que vive, no le queda más remedio que buscar en otra parte las normas para saber cómo comportarse. Cuando las leyes que los hombres nos damos a nosotros mismos dejan de servirnos; hay que buscar leyes más fiables. ¿Dónde? Pues, fuera de la sociedad, fuera de la política… por ejemplo, en la naturaleza (…) Uno de los primeros en seguir ese camino fue Diógenes (…) No respetaba ninguna de las convenciones sociales: se burlaba de la autoridad, no quería tener dinero ni grandes propiedades, comía cualquier que cosa le daban o que encontraba entre los desperdicios del campo, bebía agua del río, se vestía con harapos que cosía él mismo”. De lo anterior se deduce que Diógenes fue el primer homeless que consigna la historia.

Cambiando de libro pero no de personaje, Pedro González Calero en su libro Política para bufones escribió: “El desprecio por los bienes materiales y la indiferencia ante los poderosos aparecen bien reflejadas en aquella famosa anécdota atribuida a Diógenes, según la cual recibió un día la visita de Alejandro Magno, quien le dijo que podía pedirle lo que quisiera y que él se lo concedería. Y Diógenes le replicó: “Lo que quiero es que te apartes porque me estás tapando el sol”. Hay quien cuenta que antes de que Alejandro se alejara, Diógenes sintió curiosidad por aquel joven rey y le preguntó: “-¿Adónde te dirigirás ahora? -Voy a la India. -Quiero conquistar el mundo, respondió Alejandro. -¿Y después? –Después descansaré y viviré tranquilo. A lo cual Diógenes replicó: -Pues eso mismo hago yo ahora. Y no veo qué necesidad hay de salir primero a conquistar el mundo”.

Otra historia atribuida a Diógenes es aquella en la que el filósofo cínico apareció en una plaza de Atenas, a plena luz del día, portando una lámpara de aceite mientras decía: “Busco un hombre honrado”.

De la anécdota se agarró Jesús Martínez Palillo para en un sketch, le preguntaba a otro actor: -¿Sabes quién fue Diógenes? -No, contestaba. -Diógenes —decía el cómico— fue un filósofo griego que con una lámpara recorrió Atenas buscando un hombre honrado y no lo encontró. Se siguió por toda Grecia, con su lámpara, buscando un hombre honrado y no lo encontró. Se siguió por toda Europa, con su lámpara buscando un hombre honrado y no lo encontró. Ah, pero llegó a México y aquí mero. ¿Encontró un hombre honrado? —preguntaba el actor—. ¡No! —enfatizaba Palillo—, le robaron la lámpara.

Como habrá notado el lector, necesito unas vacaciones con urgencia. Si urgencia no va las tomaré solo. Reapareceré en estas páginas el próximo 30 de agosto.