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Por primera vez, el viernes pasado una protesta de miles de personas obligó a Donald Trump a cancelar un evento en Chicago. No solo hubo pancartas y gritos de denuncia, sino también golpes y detenidos. Demasiados opositores para una más de las bravuconadas de Trump, como cuando dijo que le “gustaría pegarle en la cara” a un manifestante. Ahora, se limitó a explicar la confrontación como el producto de un enojo acumulado por años.

Esa explicación confunde dos tipos de enojo: el que existe con el rumbo del país y el que sus insultos han generado. Lo del viernes no tiene otro culpable que Trump. Es la consecuencia de romper con la corrección política para montarse en un discurso ofensivo, excluyente y discriminatorio.

Es cierto, la gente en Estados Unidos está muy enojada. Pero Trump ha creado culpables y canalizado hacia ellos ese enojo. Para galvanizar a la “furia blanca”, le dio vida a un lenguaje que parecía solo existir en las malas conciencias de algunos norteamericanos. Las expresiones de Trump respecto de los mexicanos, los negros, los musulmanes o las mujeres eran inimaginables no solo en el discurso público, sino también en las pláticas privadas.

Como escribió Jorge Castañeda en otro contexto, en Estados Unidos la corrección política había pasado “de los medios, el ágora y las aulas, a las salas, las terrazas y las alcobas”. Trump revirtió este proceso y, al hacerlo, desató las más bajas pasiones de sus seguidores, enfureció a quienes ha descalificado y colocó a su país en la ruta de la violencia.

La corrección política no es solo una cuestión de etiqueta. Es parte del proceso civilizatorio que tiende a que nos reconozcamos como iguales y respetemos nuestras diferencias. Son límites al lenguaje que contienen no solo lo que se dice, sino también lo que se piensa y se hace. En la medida en que no se validen expresiones racistas o xenofóbicas difícilmente se piensa o se actúa a partir de ellas.

Por el contrario, cuando Trump dice que los migrantes son violadores, rompe esa barrera y valida las agresiones, como la que sucedió en Boston, cuando dos de sus seguidores orinaron y golpearon a un mexicano. En esa misma situación de riesgo coloca a otras minorías.

Lo de Chicago es la respuesta a esas agresiones. Las verbales de Trump y las físicas de sus seguidores. Es la consecuencia del fin de la corrección política.