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En el debate sobre las alianzas entre el PAN y el PRD chocan lecturas muy distintas sobre los partidos. A nivel de principios se discute si debe prevalecer el apego a la ideología o, en palabras del líder del PRD, la lucha contra la “restauración del régimen autoritario de partido hegemónico”. A nivel estratégico, están en juego cálculos sobre lo que conviene a cada partido, ahora y de cara al 2018: acumular poder (y dinero) o rescatar su imagen. Esta es la verdadera disyuntiva de los partidos.

Si la apuesta es por posiciones de poder, las alianzas parecen ser una buena opción. Desde 1999, estas alianzas han logrado triunfar en siete estados: Nayarit, Chiapas, Yucatán, Oaxaca, Puebla, Sinaloa y Baja California. En estos momentos todavía no hay candidatos y faltan meses para las elecciones. Pero por partido las encuestas muestran que el PAN y el PRD serán competitivos en varios estados solo si suman sus preferencias electorales. Son los casos de Oaxaca, Puebla y Veracruz, según las más recientes encuestas de El Universal.

El problema de las alianzas es que desdibujan a los partidos y los hacen cargar con costos de gobiernos que no les responden ni ideológica ni programáticamente. Menos aún cuando postulan a ex priistas. En cinco de los siete estados en los que han ganado estas alianzas, sus candidatos habían pasado por el PRI. Ahora, en los cuatro estados en los que se perfilan más claramente alianzas, sus candidatos también podrían ser ex priistas: José Rosas Aispuro en Durango, Pedro de León Mojarro en Zacatecas, José Antonio Estefan Garfias en Oaxaca y Miguel Ángel Yunes Linares en Veracruz.

Como dice Juan Ignacio Zavala, “el PAN no resolverá sus problemas de imagen con alianzas de esta índole” (MILENIO, 6/01/2016). Lo mismo puede decirse del PRD. Ambos se fusionaron con el PRI en el Pacto por México en un momento de total descrédito de los partidos. Al hacerlo, agravaron su crisis de imagen y dejaron libre un enorme espacio para Morena y los independientes.

Las alianzas pueden darles victorias al PAN y al PRD en el 2016, pero a costa de reforzar la imagen de partidos carentes de principios a los que solo les interesa el poder (y el dinero). La apuesta es muy riesgosa, pues los triunfos sobre el PRI en este año pueden terminar alimentando la ola antipartidos que amenaza con arrasarlos a todos por igual en el 2018.