Las víctimas directas de los atentados terroristas en París se cuentan por cientos. Todas tienen un rostro y una historia. Mucho se ha dicho en los medios sobre ellas. Hay una víctima, sin embargo, con historia pero sin rostro, de la que muy poco se ha dicho: la libertad. Solemos pensar que la libertad es … Continued
Las víctimas directas de los atentados terroristas en París se cuentan por cientos. Todas tienen un rostro y una historia. Mucho se ha dicho en los medios sobre ellas. Hay una víctima, sin embargo, con historia pero sin rostro, de la que muy poco se ha dicho: la libertad.
Solemos pensar que la libertad es un valor supremo, primigenio, consustancial a la naturaleza humana. O, para usar las palabras de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, nos parece evidente (self-evident) que la libertad es un derecho inalienable de todos los seres humanos. El terror en París muestra una realidad distinta; una en la que la libertad se vuelve canjeable por otros bienes o valores.
En su primera aparición después de los atentados, el presidente francés, François Hollande, decretó un estado de emergencia que le otorga a su gobierno poderes extraordinarios a costa de las libertades de los ciudadanos. El gobierno tiene la autoridad para hacer arrestos sin orden judicial, prohibir las protestas públicas e incluso imponer controles sobre la prensa.
En condiciones normales, estas restricciones hubiesen provocado un alud de críticas en los medios y el rechazo generalizado de los ciudadanos. Pero el terror cambia todo. Las medidas han sido aceptadas, incluso aplaudidas, sin un gran debate sobre lo que se pierde con ellas. Según Le Figaro, 84 por ciento de los franceses dice estar dispuesto a aceptar limitaciones en sus libertades a cambio de mayor seguridad.
Por paradógico que parezca, en quienes perpetraron los horripilantes crímenes en París también puede descubrirse miedo. Uno muy distinto: el “miedo a la libertad” de Erich Fromm. Desde los márgenes de la sociedad occidental y sin futuro, jóvenes europeos, hijos de inmigrantes, optaron por “escapar” de la libertad, no hacia el totalitarismo secular del que escribió Fromm, sino hacia el fanatismo religioso.
Sabemos poco de los terroristas de París. Menos aún del atractivo del radicalismo religioso o de las causas del terrorismo. Pero no hay duda de que ni la democracia liberal ni el capitalismo moderno lograron ofrecerles a esos jóvenes sentido de pertenencia o propósito de vida; tal vez solo la ansiedad, el sentido de insignificancia y la impotencia de que habló Fromm. Quizá por ello decidieron sacrificar su libertad… su vida y la de muchos otros.