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Mi abuela, cuando me empeñaba en hacer algo que tenía un grado de riesgo y me salía mal, usaba una frase que imagino antigua, castiza y proverbial: “Tú lo quisiste fraile mostén, tú lo quisiste, tú te lo ten”. El dicho puede aplicarse al que invirtió sus ahorros en Ficrea pensando que era una buena inversión; al que votó por Fox y el cambio que jamás llegó o a aquél que, en el 2012, sufragó por el PRI, porque ellos sí saben gobernar. En los tres hechos hay que asumir las consecuencias de la acción; es decir: “Tú lo quisiste, tú te lo ten”. Ahora hay una frase más divertida para llegar a la misma conclusión: “Es tu perro y tú lo bañas”.

Hace una semana se me ocurrió, a raíz de los cambios en el gabinete peñanietista que generaron el incremento del número de los aspirantes a sucederlo, escribir sobre cómo fueron las sucesiones presidenciales en el PRI desde que este partido —antes PNR Y PRM— lleva este nombre.

Ésta es la tercera colaboración que dedico al PRI. Tú lo quisiste, tú te lo ten —me hubiera dicho mi abuela—. En la entrega del jueves escribí sobre el concepto del “tapado y su creador”, el gran Abel Quezada y cómo López Mateos destapó a Gustavo Díaz Ordaz (GDO). El epigramista Francisco Liguori escribió a propósito de esto: “Se acabaron los paseos/ ¡Oh paladín de la paz! Ya te vas López Mateos/ López Mateos te vas/ y te vas haciendo feos/ pues hiciste a Díaz Ordaz”.

En la decisión de Díaz Ordaz para elegir sucesor, mucho tuvo que ver la mancha de su gobierno: la aniquilación del Movimiento del 68. Sonaban como tapados Emilio Martínez Manatou (secretario de la Presidencia), pero conforme se endureció el conflicto, se fue diluyendo su nombre; Alfonso Corona del Rosal (jefe del Departamento del Distrito Federal) general y licenciado, y Luis Echeverría Álvarez (LEA, secretario de Gobernación y —según Irma Serrano— pelador oficial de naranjas del presidente).

GDO fue parco, no mencionó tips sobre su posible sucesor. Nadie le hubiera creído porque se decía que hablaba de “dientes pa’fuera”. El 21 de octubre de dicho año, la Confederación Nacional Campesina, con Augusto Gómez Villanueva a la cabeza, destapó, al que señaló el sangriento dedo presidencial, al licenciado pelanaranjas como el candidato del PRI a la Presidencia 1970-1976.

Accidentada fue la campaña de Echeverría con Alfonso Martínez Domínguez al frente del PRI. Años más tarde, don Alfonso revelaría al ingeniero Heberto Castillo, que a raíz del minuto de silencio que el candidato guardó en Morelia por la matanza del 2 de octubre del 68, el presidente Díaz Ordaz pensó, seriamente, en poner a otro candidato. No fue así y bajo el lema “Arriba y adelante” a los 47 años de edad, LEA impuso su estilo personal de gobernar.

A través de Leandro Rovirosa Wade, su secretario de Recursos Hidráulicos, el Ejecutivo filtró a los medios la existencia de siete posibles candidatos a sucederlo —en realidad eran seis pero Federico Bracamontes, director del Diario de México, por medio de este periódico, coló a su hermano Luis Enrique Bracamontes, secretario de Obras Públicas— en la lista de tapados. A Echeverría le dio lo mismo la inclusión de Bracamontes en el pelotón, puesto que ya tenía su decisión. Los otros seis hombres en pugna fueron Mario Moya Palencia (Gobernación), José López Portillo (JLP, Hacienda), Carlos Gálvez Betancourt (Seguro Social), Augusto Gómez Villanueva (Reforma Agraria), Hugo Cervantes del Río (Presidencia) y Porfirio Muñoz Ledo (Trabajo y Previsión Social). El dedo del señor favoreció a López Portillo, su amigo de la adolescencia, dos años mayor que él. Siendo universitarios juntos hicieron un viaje a Chile. Los pelados mexicanos, entre los que se encuentra el autor de estas líneas, que así lo escribió en una sátira teatral dijeron que no fueron a Chile sino que los mandaron a la mástil mayor de un barco.

López Portillo tomó posesión y expresó un emotivo discurso que devolvió, cuando menos momentáneamente la confianza de la sociedad en las instituciones. El país se petrolizó, se hallaron abundantes yacimientos de hidrocarburos, lo que propició la bonanza. JLP nos invitó a prepararnos para administrar la abundancia. Luego bajó el precio del petróleo drásticamente. Salieron muchos capitales del país, no sólo de extranjeros, sino de empresarios y políticos apátridas y el peso, al que el mandatario, juró defender como un perro, se devaluó. Nacionalizó la banca y con esto no quedó bien ni con la derecha ni con la izquierda

Rubén Figueroa, gobernador de Guerrero, el mismo que declaró a la televisión francesa que quería morir con un brasier en los ojos y una pantaleta en la boca, se refirió a los posibles aspirantes a suceder a JLP como la caballada a la que calificó de flaca. Frase que cobró auge y aún se utiliza.

Respecto del dedazo para destapar a su sucesor, recuerdo haber leído en los dos ladrillos de López Portillo, Mis Tiempos I y II, de Fernández Editores, (cito de memoria) su idea: si el sexenio terminaba con problemas políticos el indicado para resolverlos, como sucesor, sería Javier García Paniagua, pero si los problemas fueran económicos —¡y vaya que lo fueron!— los resolvería Miguel de la Madrid, detrás del cual se encontraba un chaparrito, pelón, de lentes —en aquella época los usaba—: Carlos Salinas de Gortari.

Ahí luego les sigo contando.