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La frialdad del Presidente ante las víctimas hiela la sangre. El cinismo de su discurso ofende la inteligencia. Su victimización desde la cúspide tiene un tono de amenaza hasta cuando se ríe de sus propios malos chistes.

La lógica de la autovictimización le impide tener gestos de solidaridad y empatía con las víctimas de la realidad del país que gobierna, porque eso sería darle la razón a sus enemigos, y asumir, así sea con un gesto de humanidad y cercanía, una responsabilidad política de los daños.

Volvamos a lo central:

Hay sólo un mexicano que defender en el discurso presidencial: de la mala fe, de la corrupción, de la misma conspiración conservadora, mutatis mutandis, que acechó a Juárez, que mató a Madero, que venció a Lázaro Cárdenas cuando éste escogió sucesor: no el recio Múgica sino el tibio Ávila.

Hay sólo un mexicano al que esa conspiración conservadora difama y quiere destruir, para destruir también el proyecto de transformación que está poniendo a México otra vez en el cauce de la buena Historia. Ese mexicano, esa víctima enorme, histórica, es el Presidente mismo.

El episodio estremecedor de Lagos de Moreno, con el Presidente haciéndose el sordo para no tener que hablar de eso, con el chiste de un vivales que escucha de su esposa sólo lo que quiere oír, es un ejemplo grotesco del procedimiento rutinario de las conferencias mañaneras: negar los hechos, imponer sus otros datos, oír y hablar solo de lo que le conviene, rodeado por su mayor parte de corifeos travestidos en periodista que no pueden ser más abyectos porque no pueden ser más corruptos.

El procedimiento de negar, mentir y regodearse en sus monólogos mañaneros ha convertido al presidente López Obrador en el poseedor de un récord Guinness probablemente inalcanzable: el del mandatario que ha dicho más mentiras de la historia reciente. En cuatro años de gobierno ha dicho 101 mil mentiras, un promedio de 103 por conferencia de prensa. Su más cercano competidor es Donald Trump, con 30 mil mentiras durante su gobierno, según las cuentas del Washington Post.

Gobernar mintiendo.