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No está claro cuándo le regaló Madero a Villa la pistola que fue a parar a La Habana en el año de 1913.

La pistola fue donada al gobierno de México en mayo de 2022, por Javier Leal Estévanez, “heredero universal” del historiador cubano Eusebio Leal Spengler. (El siglo de Durango, 21/7/23).

Durante el centenario luctuoso de Villa, la pistola fue entregada por el Presidente al jefe del Ejército para que “bajo resguardo de la Sedena” forme “parte del patrimonio cultural de México” en el Museo de la Revolución Mexicana de Chihuahua.

Si la pistola fue de Villa, sólo pudo serlo hasta 1913. Por haber sido de Villa, podemos presumir que la pistola llegó a La Habana ya con algunas muescas de muertos en la cacha.

Se habrá quedado con hambre de más muescas, si medimos su apetito con el banquete de muertos por mano propia que Villa se sirvió en los años siguientes.

Borges dijo en un cuento que el cuchillo del malevo Juan Muraña sobrevivió a su muerte, en manos de su viuda, una mujer flaca, alta, huesuda, que una noche secreta cosió a cuchilladas al casero que le cobraba la renta, en el hoy ido barrio de Palermo.

Sugiero a los custodios de la pistola cubana de Villa, si en verdad fue su pistola, que lean esta historia, titulada justamente Juan Muraña, en El informe de Brodie.

Porque si la pistola aparecida en Cuba fue en verdad de Villa, si de verdad estuvo en su mano hasta 1913, se habrá quedado con hambre.

Y quizá, como el puñal de Muraña, no murió del todo, sino que su apetencia de muerte vibra en ella todavía, como vibra en el país la apetencia de muerte de la que Villa fue, en su tiempo, el más alto ejecutor.

Me dirán que hay miles de pistolas de Villa sembrando muertos por toda la República, que la pistola cubana de Villa no es nada, ni siquiera un símbolo bien puesto.

Respondo humildemente que sí. Que ese es el caso. No hay nada que celebrar.