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Ahuianime
Ahuianime. Foto: Especial.

Me queda claro que la prostitución, es un atentado a la dignidad humana, a la integridad física, psicológica, sexual y es una esclavitud de genero principalmente femenino. Entiendo que su violencia se extiende a lo largo y ancho del planeta y que es una práctica milenaria que ha sido bañada de tantísimo dolor.  

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Ahuianime. Foto: Especial.

Sin embargo en algunas culturas esta manifestación tiene tientes distintos y en la historia del valle del Anáhuac tiene raíces que tocan lo sagrado. 

Después de la conquista fueron los frailes españoles como Fray Bernardino de Sahagún, Fray Diego de Landa, Fray Diego entre otros, quienes empuñaron la pluma dejando testimonios sobre la cultura de los pueblos en México. Cabe destacar que estos escritos estaban teñidos de una mirada europea cubierta por tonos católicos y con una halo masculino, así estos  hombres que no conocían la cosmovisión mexica, fueron quienes dejaron la impronta de cómo vemos hoy a una sociedad que fue profundamente sofisticada.

Desde ese punto de vista y con el paso de los siglos, ahora la narrativa tiene nuevos matices y, es con esa mirada que se van deshilando las posibles interpretaciones, intentando descifrar cómo eran sus costumbres, ahora las voces femeninas cobran fuerza y se entremezclan con lo que se había escrito hasta ahora, dejando más preguntas sobre la interpretación de una cultura. 

En la historia de México, poco se ha hablado de una profesión que en boca de occidente tiene tintes de pecado. Pero para ellos la sexualidad implicaba cosas distintas, tanto que tenían dioses que representaban la sexualidad;  Xochiquetzal, protectora del amor, a quien correspondía la parte femenina; y su marido, Xochipilli, el señor de los juegos, las flores y representante de la parte masculina. Ambas deidades representaban el erotismo humano, con sus placeres, sus peligros y sus responsabilidades. 

Por ende, en ese entonces, el placer sexual y por consiguiente, la prostitución, también estaban ligados a lo divino, como todo en la sociedad mexica.

Cuando llegaba al mundo un hijo varón, nacía un guerrero, que defendería su ciudad y era motivo de júbilo. El cordón umbilical lo metían en un pequeño bulto y, un guerrero se encargaba de ir a enterrarlo en el campo de batalla. Pero al nacer una mujer, sin tanta pompa, el cordón era enterrado dentro de la casa. Así  marcaba su lugar y su dedicación al  hogar.  Pero si ésta nacía bajo el signo de Xochiquetzal,  entonces se abrían dos opciones más: hacer ayunos y ser devotas para poder llegar a ser jefas de familia o podían ser “ahuianime”. 

Las “mujeres que están alegres” que era la traduccion al vocablo, eran portadoras de una libertad inusual,  podian  lucír su  largo cabello negro suelto, o en ocasiones podian trenzarlo, sólo la mitad, mientras la otra la dejaban suelta, podian adornarlo con flores aromáticas de colores vistosos. Las otras llevaban el cabello partido al centro, con las mitades cruzadas en la nuca y llevadas en forma torcida o trenzada alrededor de la cabeza.

De un insecto que habita en los árboles de ciruelo, obtenian un pigmento natural de color amarillo llamado axin, con el  que pintaban su rostro.

Utilizaban el jobo y el palo mulato para machacar en el molcajete, y ahí mismo usaban grana de cochinilla para obtener el color rojo, con el que pintaban los dientes para lucirlos al reír. Algunas ocasiones  pintaban los labios de ese color para verse más atractivas. Lucían hermosos tatuajes en las piernas, y acostumbraban bañarse con hierbas aromáticas, además de ahumarse, con lo que su piel desprendía una excitante fragancia. Mascaban tzictli, un antecesor del chicle, que limpiaba los dientes y prevenía el mal aliento. Ponían esmero y cuidado para él  oficio que habían elegido, si es que era así.

Desde pequeñas eran educadas en las artes del amor, cosa que no era conflictiva ni estigmatizada. Regulada, cumplía una función. El gozo y el placer sexual se consideraban un obsequio de los dioses, era algo que debía agradecerse y disfrutar. El placer era recibido con alegría, no tenía estigmas de vergüenza.

Participaban en distintos rituales, bailando durante las fiestas agrícolas, participando al lado de otras mujeres del pueblo, y otras otorgaban placer a los hombres que serían sacrificados. Era un honor servir a los representantes del dios Tezcatlipoca, el señor del cielo y la tierra.  Un año antes de la ceremonia se escogían 4 mujeres  ahuianime, para que cumplieran sus deseos. 

También estaban las que acompañaban a los guerreros a conquistar e invadir otras tierras, su función era atenderlos, sirviéndoles de comer, y dándoles placer, para evitar los abusos a las mujeres de los pueblos sometidos.  Dichas violaciones eran un delito grave, que se castigaba con la ejecución.

Participaban en la contienda, aplaudiendo y lanzando gritos a sus guerreros, dándoles así ánimo durante la batalla.  Se burlaban de los contrincantes, levantando sus vestidos para mostrar sus nalgas, lo cual representaba un símbolo humillante para los contrarios. La paga por los servicios prestados en batallas eran dobles, ya que recibían por parte de las autoridades, y también el guerrero les daba ropa, joyas o algún otro regalo.

El sacrificio humano practicado por los mexicas, sin duda despierta una incómoda aceptación, que lleva hasta el repudio y la censura. Pero para entender esta práctica, hay que explicarla desde el punto de vista de los antiguos mexicanos, que tenían una cosmovisión distinta a la del español que lo conquistó. Desde el punto de vista metafísico, era el medio por el cual la Humanidad y los dioses establecían un constante diálogo armónico, dentro de un mismo tiempo y espacio, a través del cual el orden de las cosas, tanto naturales como sobrenaturales, respondía a los principios básicos del bienestar común; gracias a los corazones que alimentaban al Sol, las fuerzas de la naturaleza conspirarían en favor de la Humanidad. 

Para aquellos que irían directo al Calmecac, 20 días antes de su sacrificio les era permitido casarse con sus Ahuianime, después de su muerte, ellas obtenían las pertenencias de su marido.

Existían dos categorías de ahuianime según algunos cronistas, las toleradas por su participación en la sociedad, como ya hemos mencionado, y las que se ofrecían a los hombres de la ciudad,  a éstas se les veía con recelo y cierto desprecio, ya que se consideraba que estaban disponiendo del placer sexual en exceso. 

Se les describía como mujeres que rompían con las normas morales y sociales aceptables, ya que su comportamiento no estaba suscrito a ningún ritual o práctica con algún fin en específico. Así a las que ejercían su oficio en los caminos alejados de la población, se les bañó de una creencia, que decía, engañaban a los jóvenes para que bebieran extractos de caracoles que provocan  lujuria, entonces los inducían  a  tener relaciones carnales, y una maldición caiga sobre ellos muriendo secos y chupados.

Los jóvenes varones se mantenían castos hasta llegar al matrimonio, para poder satisfacer a su futura esposa y procrear hijos sanos. Así mismo, se les advertía que era necesaria la templanza, que no se dieran demasiado al placer carnal, pues aunque fuera con su esposa, existía el riesgo de quedar seco y chupado también.

Los españoles tergiversaron y retorcieron la manera en que se veía a la sexualidad y el erotismo en Tenochtitlan. Colaron estos complejos y sutiles conceptos rituales, por el filtro simplista del cristianismo, y pasaron directamente a condenarlos. 

Aqui una muestra de ello, para los mexicas ahuianime significaba alegría, y la prostitución no estaba ligada a la explotación de las mujeres.

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Queda entonces, una necesidad de revisar con nuevos ojos la forma en que la historia se devela, generación tras generación, aunque siempre está el velo implacable del juicio, según la cultura y creencias de quien escribe. Hay un halo que cuestiona las teorías sobre el por qué y el cómo de lo que se enseña. 

Las  Ahuianime formaron parte de la sociedad es un hecho, si es verdad que podían escoger, eran esclavas o de extracto social bajo, sigue siendo discusión entre los académicos. Lo que es un hecho, es que esta profesión en sus distintas manifestaciones, tiene miradas multifactoriales que permiten entenderlo como un fenómeno al que en occidente, se le da mención como “ocupación”. En unos registros Sumerios, que datan del año 2400 a.c., aparece ya como actividad, y de ahí que, popularmente se le ha llamado la profesión más antigua de la humanidad. 

Aunque regulada en muchos lugares, sigo pensando que hoy  la prostitución tiene como objeto  la venta, el producto de la misma, es el propio cuerpo. Quien ejerce la prostitución, aun con su consentimiento,  es cosificado y mercantilizado, reduciendo a la persona a mera mercancía. Veo como se les relega, estigmatiza, castiga y, sin embargo, siguen siendo un objeto de uso sexual. Muchos grupos hablan de que lo que se negocia, no es un bien sino la realización de un servicio, una obligación de hacer y no de dar, buscando legalizarlo. Pero pienso que no debe desvincularse del tratamiento de la trata de mujeres y menores, y de la explotación sexual, porque ésta sigue siendo la gran realidad que se esconde tras ella. 

Sin embargo, puedo entender que en algunas culturas, los matices pueden ser distintos, su significado, tocar entramados difíciles de entender, y que sin poder evitarlo, hay también en mí una mirada sesgada que toca mi largo adiestramiento.