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En uno de sus más memorables discursos (por ahistórico y manipulador), el señor presidente de la República quiso explicar, por qué los mexicanos conmemoramos con más fervor patrio el inicio del movimiento independentista y no su consumación.

Sin explicarlo bien a bien, sin ahondar en la sustancia, sino chapaleando en las aguas de la superficialidad, donde Hidalgo no fue un personaje sino una encarnación divina, el presidente parecía estarle dando clases de historia a su peculiar invitado, el señor Díaz-Canel, presidente de Cuba.

“…Por esas singularidades de nuestra historia –dijo sin explicarlas– la fecha que más celebra el pueblo de México es la del inicio, la del Grito y no la de la consumación de la Independencia nacional.

“A los mexicanos nos importa más el iniciador, el cura Hidalgo, que Iturbide, el consumador, porque el cura era defensor del pueblo raso y el general realista representaba a la élite, a los de arriba, y solo buscaba ponerse la diadema imperial.

“Hidalgo fue otra cosa. A él le tocó con Allende, Aldama, Jiménez y otros dirigentes populares enfrentar a la oligarquía dominante y proclamar la abolición de la esclavitud.

“El pensamiento de Hidalgo era subversivo. Nada en su personalidad lo distanciaba de ser un revolucionario y no se andaba por las ramas.

“Por ejemplo, en una de sus cartas al intendente Juan Antonio Riaño, escribía:

“No hay remedio, señor intendente: el movimiento actual es grande, y mucho más cuando se trata de recobrar derechos santos, concedidos por Dios a los mexicanos, usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos, que, auxiliados de la ignorancia de los naturales, y acumulando pretextos santos y venerables, pasaron a usurparles sus costumbres y propiedad y vilmente, de hombres libres, convertirlos a la degradante condición de esclavos.”

La verdad es otra. La capacidad revolucionaria de Hidalgo no era suficiente y su papel telúrico en la asonada se perdió con sus titubeos y su ineptitud militar. Su desastre victorioso en el Monte de las Cruces, explicado como el “culiacanazo” del siglo XIX, lo relegó a un papel, secundario en el mando.

El movimiento de Independencia tardó una década en ofrecer el fruto de una declaración definitiva, en un día como hoy, en 1821.

Leamos también a Edmundo O’Gorman:

“…Es innegable que Iturbide disfruto de un inmenso prestigio a raíz de su triunfo; no tanto, sin embargo, como para que los antiguos insurgentes aceptaran de grado su tesis. Les parecía que sin Hidalgo no habría un Iturbide y les repugnaba el monopolio de gloria que pretendía reclamar para sí el Generalísimo­ Almirante”.

No olvidemos, los primeros dos presidentes de México (Victoria y Guerrero), no fueron iturbidistas, fueron Insurgentes, por eso la historia no la escribió el vencedor, quien como Hidalgo acabaría fusilado, la escribieron los vencidos.

– “Así las cosas –sigue O’Gorman–, Iturbide, que con toda evidencia no recordaba bien su Maquiavelo, cometió el error tácito de permitir la creación, frente a su poder casi omnímodo, de otro poder “infusilable”, es decir, colegiado, donde se atrincheraron sus enemigos y las tendencias republicanas.

“No tardó en estallar la sorda pugna que todos sabemos, y no fue el menor de sus síntomas el tenaz empeño de los miembros de la Soberana Junta Gubernativa y más tarde de los del Congreso para obtener el reconocimiento oficial del mérito de los servicios prestados por los insurgentes, y el de la obligación en que, según ellos, estaba la patria de conmemorar las hazañas de sus jefes y honrar las cenizas de los que habían sido sacrificados…”

Y el más venerable de los sacrificados fue Hidalgo con todo y sus vítores hacia Fernando VII, el monarca español, en el arranque de su revuelta popular, esa lumbrada (para tomar una imagen orozquiana de tea en llamas), “…hirió de muerte al Virreinato”.

Tardó en morir y la “grilla” dominó la historia.