Minuto a Minuto

Nacional UIF asegura que jueces benefician a presuntos lavadores de dinero
Pablo Gómez, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), espera que con la reforma judicial esta situación se revierta
Nacional Culpan en Yucatán a estatua de Poseidón de tormentas
Se cree que el dios maya Chaac está molesto por la presencia de una estatua del dios griego Poseidón en la playa de Puerto Progreso
Nacional SIP urge reabrir el caso de asesinato del periodista mexicano Víctor Oropeza
El columnista mexicano Víctor Manuel Oropeza Contreras fue asesinado a puñaladas en 1991 en Ciudad Juárez, Chihuahua
Nacional Se agrava sequía en Chiapas; ya afecta el 80 % de las cosechas cafetaleras
En Chiapas, que aporta un tercio de la producción nacional de café, los cafetaleros están alarmados por los efectos duraderos de la sequía
Nacional “No tengo nada que temer”: López Obrador sobre posibles denuncias cuando termine su sexenio
El presidente López Obrador aseveró esta mañana que ni siquiera contratará abogados o tramitará amparos ante posibles denuncias

Hay un pequeño libro de sonriente historia sobre Nueva York que tiene el mismo título de esta columna: The Good Old Days – They Were Terrible.

Lo recuerdo porque he leído una elocuente descripción de lo que fue Ciudad de México entre 1810 y 1850, lapso que se antoja enorme, pero en el cual la ciudad apenas cambió: ni en el número de sus habitantes, ni en el esplendor de sus palacios, ni en la tenacidad de las miserias de su vida cotidiana.

En aquella que Humboldt llamó “la ciudad de los palacios”, era difícil vivir y sobrevivir.

Tanto, que su población apenas creció durante 40 años, salvo en los años de la guerra de Independencia, 1810 a 1821, cuando fue refugio de quienes huían de la violencia que asolaba sus inmediaciones.

La ciudad tenía 170 mil habitantes en 1810, básicamente los mismos en 1850, y no era el lugar más saludable para vivir.

La crisis permanente de las finanzas públicas a partir de la Independencia, en 1821, no permitió por décadas invertir en drenaje, agua potable, alcantarillas, y por las mismas calles donde se alzaban espléndidas casas, iglesias, conventos y palacios, corrían los miasmas de los desechos domésticos que se lanzaban de los balcones y los portones con el solo grito preventivo de “¡Aguas!”, expresión que permanece en el español mexicano como sinónimo de “¡Cuidado!”.

Una consecuencia terrible de aquel estancamiento, ahora que vivimos en los tiempos del coronavirus, es que en la notable ciudad de aquellos años siempre eran tiempos de epidemia. Los hubo de escarlatina en 1822, 1825, 1838, 1842, 1844 y 1846. De sarampión en 1822, 1826, 1836 y 1848.

De viruela en 1825-26, 1828-30, 1839-40. Sin ser epidemias propiamente dichas, el tifo, la tifoidea y el cólera morbus cobraban anualmente su cuota de muerte.

Era una ciudad violenta, tomada en las noches por el crimen y en el día por catervas de pobres semidesnudos, llamados léperos, que tocaban puertas y ventanas pidiendo limosna y comida.

En 1840 tenía 61 iglesias, 23 monasterios y 15 conventos. Alojó 20 gobiernos distintos, 20 presidentes, entre 1821 y 1851*. _

* Eric Van Young: “A Life Together: México y Lucas Alamán”. Yale University Press, pp. 139 y ss.