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La orden de combate está dada: a la calle los revolucionarios”, es la demencial consigna lanzada por el deplorable presidente de Cuba para echar a sus turbas contra las multitudes que se manifiestan en repudio a la dictadura coreando “¡Libertad / Libertad! / ¡Patria y Vida…!”.

Sin restarle importancia al ominoso bloqueo gringo, esta crisis es consecuencia, sobre todo, de la probada incompetencia de sus gobernantes para sacar adelante la sociedad “sin clases” o “proletaria” que promete la utopía marxista.

El comunismo (debieran admitirlo quienes por un volante o pancarta se sienten “de izquierda” y sueñan con su instauración) ha fracasado en todos los países en que se quiso ensayar y, si en su etapa socialista consiguió emparejar las oportunidades de alimentación, educación y salud, impidió el desarrollo personal y pulverizó la libertad. Mi primer viaje a Cuba, en 1980, duró cinco semanas para cubrir el hartazgo que se desbordó cuando miles de habaneros buscaron refugio en la embajada peruana.

La crisis terminó con la apertura del puerto de Mariel, por donde huyeron a Miami alrededor de 125 mil personas. Los “revolucionarios” de entonces despedían a los emigrantes con asedios tumultuarios y rociada de huevos, tomates y basura mientras les gritaban “¡Que se vaya la escoria!” (término acuñado por mi ex admirado Fidel). Un día después de haberla entrevistado, me tocó ver a una excitada heroína de la revolución, Haydée Santamaría, bajarse de una guagua y entrar al vestíbulo del Habana Riviera con un palo en la mano porque, me dijo, venía de golpear a “contrarrevolucionarios”.

A poco de mi regreso, ya en México, supe que la señora (directora de Casa de las Américas) irrumpió en el mismo hotel, dos o tres pisos arriba de la habitación en que yo había estado (nivel 11, creo), ordenó que le abrieran el aposento, caminó hasta la terraza y saltó para estrellarse en el malecón porque su novio, capitán militar de fragata, había solicitado asilo en la embajada de Perú.

Cuatro años después, en un viaje personal, coincidí en lo que se llamó Leningrado (hoy San Petersburgo) con campesinos cañeros de la isla premiados con vacaciones en la extinta Unión Soviética. Me convidaron del ron que llevaban y me confiaron que en Cuba se cargaba el marielazo como trauma nacional, porque entre la “escoria” se fueron hijos, nietas, padres, madres, tíos, primos y amigos como los que todos los cubanos tienen en el exilio.

En 1994, también contra la tiranía, se dio el maleconazo que sofocó la policía luego del llamado a “derrotar a los apátridas” que hizo Fidel.

Hoy, para contrarrestar los coros de libertad y vida (en oposición al polvoriento “Patria o Muerte”) que alentaron los apagones, la carencia de alimentos, vacunas y medicinas, el lema de los restos del castrismo es “¡Pin pon fuera/ Abajo la gusanera!” Duele Cuba, Cubita la Bella, que antes de conocerla aprendí a querer con Cabrera Infante en su idiotamente prohibido La Habana para un infante difunto…